Introducción.
Antes
de abordar el tema de esta exposición, es necesario poner de relieve el hecho inusitado que consiste en que, contando la iglesia
católica con sacerdotes sabios y eruditos en diversidad de materias, tanto en el clero diocesano como en la multiplicidad
de ordenes religiosas, ninguno de ellos ha escrito o hecho público un análisis
acerca del problema de los curas pederastas y la actitud de obispos, cardenales y El Vaticano respecto, fenómeno que confirma
el hecho de que tal asunto tiene todas las características para ser la abominación más horrible y execrable de la humanidad.
El
padre Antonio Royo Marín fue llamado a la presencia de Dios en 2005, por lo cual el mundo quedó sin una voz autorizada que
reitere y exponga la sana doctrina de la Iglesia respecto de tales pecados que claman justicia al cielo.
Para
quienes aman la verdad, con los elementos de análisis que aporta la referencia de hechos publicados en todo el mundo, queda
bastante clara su naturaleza. No se requiere otra cosa que vivir ordinariamente en la gracia de Dios, el catecismo oficial
de la Iglesia Católica y una elemental formación en obligaciones, deberes y derechos de los cristianos, para tener claridad
en la conducta moral respecto de tales eventos.
Sin
embargo, no lo parece así para la mayoría de los pastores de la Iglesia, lo cual confirma por sí mismo, que el problema es
aún más grave.
De
esta consideración nace la necesidad de exponer acerca de los curas pederastas, sus encubridores, las víctimas y de la Iglesia en general ante estos hechos, desde el punto de vista de los actos que conducen
a la condenación de las almas y de los que se acogen a la salvación que Cristo consumó con su vida, pasión, muerte y resurrección.
Se
expone especialmente el caso de Marcial Maciel y de los Legionarios de Cristo; el criminal y sus cómplices, quienes además
de haber cometido abominables acciones en contra de la niñez en general, de los padres de familia, de la sociedad, del sacerdocio,
de la Iglesia Católica, del cristianismo y de quienes creen en Dios, desarrollaron uno de los esquemas conductuales para la
obtención de poder, dinero y relaciones personales, más perversos de la humanidad, basados en la perfección de la mentira,
que es la ciencia de las profundidades de satanás que se denuncia en el libro del Apocalipsis.
Por
tal motivo la exposición aborda primeramente las dificultades que encuentra el cristiano para acercarse a la verdad del hecho
y los fundamentos para superarlas. Tras de lo anterior, se enuncia el tema y los hechos que lo conforman, con la narración
de aquellos que son fundamentales y con los que se puede discernir de manera clara la naturaleza moral del problema. Enseguida
entramos en su análisis desde el punto de vista de la verdad lógica para concluir con la exposición de las conductas que son
conformes con el Evangelio de Cristo y aquellas que no lo son, que forman de lleno la ciencia del bien y del mal de las profundidades
de satanás.
Por
último se hace imprescindible concluir con la exposición de dichos fenómenos sociales en el marco de la historia de la salvación.
En
virtud de que consideramos que la ocurrencia de tales eventos tienen que ver con el misterio de la iniquidad y el futuro de
la Iglesia, ponemos en manos de la Santísima Virgen María de Guadalupe la difusión de esta pequeña exposición, especialmente
en su última advocación, que deberá realiza el Papa Benedicto XVI o alguno de sus sucesores: María Corredentora de la Humanidad,
que es la señal que aparece en el cielo, la de la mujer vestida de sol, tras de la cual la Iglesia se renovará.
Es
imprescindible señalar también que esta exposición es una contribución que abona al deber de toda la sociedad para proteger
a los niños de cualquier mal o vulnerabilidad en la que se encuentren, en cuyo sentido, sea quien fuere la persona que viole
los derechos de los menores; padres, abuelos, hermanos, parientes, vecinos, curas, obispos, etc, deben ser sujeto de las acciones
penales, civiles y eclesiásticas que corresponden, con toda severidad e, incluso, con la pena capital cuando los daños a los
menores sean de tal magnitud que ante la sociedad sea necesaria su aplicación. Lo
mismo debe aplicarse para los cómplices y para las personas que con su cobardía, protección de intereses económicos, políticos
y/o sociales, su silencio, no impidan que tales tragedias ocurran, sea que se trate de personas físicas o agrupadas de alguna
manera.