V. Los pecados que claman justicia al cielo y las abominaciones.
Existen pecados que claman justicia al cielo, un castigo ejemplar
y, los hay, que además son calificados como abominaciones en las sagradas escrituras, que son especialmente repudiados por
Dios.
La tradición catequética nos recuerda los “pecados que claman al cielo”: el homicidio voluntario
(Gn. 4, 10); pecado carnal contra la naturaleza, el pecado de los sodomitas –homosexuales, bisexuales, lesbianas, pedófilos,
pederastas, etc., (Gn. 18, 20; 19, 13); oprimir al pobre (Ex 3, 7-10); el lamento del extranjero, la viuda y el huérfano (Ex.
22, 20-22); la injusticia con el asalariado (Dt. 24, 14-15; Jueces 5, 4).
Existe además, otra clasificación de pecados establecida por el propio Jesucristo. Los pecados que no serán
perdonados ni en esta vida ni en la otra y los pecados que provocan el clamor de los ángeles ante Dios Padre, por el hecho
de que son contra la persona misma de Cristo y los denuncia con especial indignación. Es el pecado que se comete en contra
de los niños aquel cuyo clamor de justicia al cielo es el de los propios ángeles y el pecado en contra del Espíritu Santo
no tendrá perdón (Mt. 12, 32; 18, 10).
En el caso de las abominaciones, la palabra abominación significa aquello que produce agudo desagrado, repulsión, sobre todo, desde el punto de
vista moral o religioso.
Esta es
una lista de las abominaciones que se condenan en las sagradas escrituras:
Acto carnal
con la mujer de tu prójimo (Lv. 18, 20).
No te
echarás con varón, como con mujer, es abominación (Lv. 18, 22).
Con ningún animal tendrás ayuntamiento amancillándote con él, ni mujer alguna se pondrá delante de animal para
ayuntarse con él (Lv. 18, 23).
No vestirá
la mujer traje de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer (Dt. 22, 5).
No se volverán a ídolos, ni harán para ustedes dioses de fundición (Lv. 19, 4).
No traerás
cosa abominable a tu casa, para que no seas anatema; del todo la aborrecerás y la abominarás, porque es anatema (Dt. 7, 26).
No sea
hallado en ti quien haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, ni quien practique adivinación, ni agorero, ni sortílego,
ni hechicero, ni encantador, ni adivino, ni mago, ni quien consulte a los muertos (Dt. 18, 1-12).
Nunca
practicarás sacrificios a demonios (Lv. 17, 7).
Presentar
ofrenda a Dios que haya sido mal adquirida o con fraude es abominación para Dios (Dt. 23, 18).
Los sacrificios
del impío y el malvado son abominables (todo aquel que comete pecado y no quiere
arrepentirse y hace oraciones, participa en el culto y que con ello cree que
Dios le perdonará los pecados que quiere seguir cometiendo) (Prov.15, 8).
Todas
las acciones del impío son abominación ya que el carácter piadoso de una persona no se mide por la cantidad de actos religiosos que lleva a cabo, sino por su conducta obediente a la voluntad de Dios.
No hay acto religioso por costoso o elevado que sea, que pueda compensar la desobediencia a Dios (Prov. 15, 9; 1 Samuel 15,
22-23; Mt. 7, 21-23).
Los perversos
de corazón, que maquinan cosas en contra de su prójimo y para cometer pecados, son
abominación para Dios (Prov. 11, 20).
El culto a Dios que no sea sincero y conforme con su palabra es abominación (Is. 1, 11-14;
Mt. 15, 7-9).
Dios abomina
la mentira (Prov. 12, 22; Ef. 4, 25; Jn. 8, 44; Apoc. 21, 8; Tito 1, 2).
Dios abomina
el corazón altivo, lo resiste (Prov. 16, 5; Sant. 4, 6; 1 Ped. 5, 5).
Justificar
al impío y condenar al justo es abominación contra Dios; llamar a lo malo llama bueno y a lo bueno malo (Prov.17:15; Is.5, 20).
Jesucristo
hace especial señalamiento respecto de la abominación de la desolación en el lugar santo (Mt. 24, 15), la cual ocurre previo
a su regreso glorioso.
Respecto
de esto último, coincidimos con la tesis teológica que sostiene que dicha frase, “abominación de la desolación” se refiere al anticristo, el cual llegará a reinar por un periodo determinado, cuando
la Iglesia católica y con ella todas las demás iglesias cristianas y credos cuyas
enseñanzas coinciden en un solo Dios, se encuentren tan pervertidas en sus integrantes y ministros, que en sus senos se tenga
por común y corriente, la práctica de todos los pecados que claman justicia al cielo y todas las abominaciones.
Ello hace
posible la existencia de dicha “abominación de la desolación” en el lugar santo y en consecuencia, hace necesaria
la personal intervención de Cristo, con su parusía, para separar al trigo de la cizaña, para que se consume el cumplimiento
de su promesa de que las puertas del infierno no prevalecerán en contra de su Iglesia (Mt. 16, 18).
Coincidimos
también con la exposición por la que se entiende a la “abominación de la desolación” como a un pecado o a la suma
de todos los pecados que son abominaciones, cuya gravedad produce desolación, tristeza y angustia superlativas.
En este
sentido, la “abominación de la desolación” que está en el lugar santo, se trata de una persona que comete todas
las abominaciones con ello devasta y desola el lugar santo, como si todos sus moradores cometieran todas las abominaciones.
Para cualquier
persona que tenga temor de Dios, pertenezca a la religión que sea, el acto de un adulto que abusa sexualmente de un niño,
es horrible y detestable, abominable; es un daño espantoso en contra del menor.
Si la
persona que lo comete es su padre, su hermano, algún familiar o una persona quien tenía el afecto del menor, se magnifica el daño y la repulsa que corresponde respecto del acto,
de quien lo comete y de los cómplices activos y/o pasivos
Si tal
acto lo comete un ministro de Dios, el representante de Dios, pues sin lugar a dudas la abominación de la desolación ocupa
el lugar santo y es el demonio el que se hace pasar por representante de Dios para, con esa investidura, cometer la vileza
y aberración abominable. Aquel que comete tal acto merece tal castigo que el ser quemado en una hoguera no le sería suficiente
respecto del daño que hizo.
En el caso del sacerdote pedófilo y/o pederasta, el mal tiene su máxima expresión, dado que aquél que ha sido
consagrado para ejercer el sacerdocio de Cristo y proveer la salvación a los demás, comete tal conjunción de pecados que
corona con el único pecado por el cual los ángeles claman justicia a Dios, el pecado especialmente abominable para Cristo.
Siendo sacerdote el victimario, cometido en contra de los niños, su pecado es el más abominable y desolador de todos.