VIII. El Abuso sexual infantil
El
estudio publicado en Wikipedia, la enciclopedia libre en Internet, parece muy adecuado y completo para exponer el fenómeno
del abuso sexual infantil, pedofilia o pederastía. A continuación se reproduce el texto:
De manera genérica, se considera abuso sexual infantil a toda conducta
en la que un menor es utilizado como objeto sexual por parte de otra persona con la que mantiene una relación de desigualdad,
ya sea en cuanto a la edad, la madurez o el poder. Se trata de un problema universal que está presente, de una u otra manera,
en todas las culturas y sociedades y que constituye un complejo fenómeno resultante de una combinación de factores individuales,
familiares y sociales. Supone una interferencia en el desarrollo evolutivo del
niño y puede dejar unas secuelas que no siempre remiten con el paso del tiempo.
El abuso sexual constituye una experiencia traumática y es vivido por
la víctima como un atentado contra su integridad física y psicológica, y no tanto contra su sexo, por lo que constituye una
forma más de victimización en la infancia, con secuelas parcialmente similares a las generadas en casos de maltrato físico,
abandono emocional, etc. Si la víctima no recibe un tratamiento psicológico adecuado, el malestar puede continuar incluso
en la edad adulta.
En su mayoría, los abusadores son varones (entre un 80 y un 95% de los
casos) heterosexuales que utilizan la confianza y familiaridad, y el engaño y la sorpresa, como estrategias más frecuentes
para someter a la víctima. La media de edad de la víctima ronda entre los 8 y 12 años (edades en las que se producen un tercio
de todas las agresiones sexuales). El número de niñas que sufren abusos es entre 1, 5 y 3 veces mayor que el de niños.
Según un cálculo de las llamadas “cifras ocultas”, entre el
5 y el 10% de los varones han sido objeto en su infancia de abusos sexuales y, de ellos, aproximadamente la mitad ha sufrido
un único abuso.
Los abusos a menores de edad se dan en todas las clases sociales, ambientes
culturales o razas. También, en todos los ámbitos sociales, aunque la mayor parte ocurre en el interior de los hogares y se
presentan habitualmente en forma de tocamientos por parte del padre, los hermanos o el abuelo (las víctimas suelen ser, en
este ámbito, mayoritariamente niñas). Si a estos se añaden personas que proceden del círculo de amistades del menor y distintos
tipos de conocidos, el total constituye entre el 65-85% de los agresores.
Los agresores completamente desconocidos constituyen la cuarta parte de
los casos y, normalmente, ejercen actos de exhibicionismo; sus víctimas son chicos y chicas con la misma frecuencia.
El 20-30% de los abusos sexuales a niños son cometidos por otros menores.
Es un acto considerado un delito por la legislación internacional y la
mayoría de los países modernos, aunque no siempre haya una correspondencia entre el concepto psicológico y el jurídico del
problema y no exista consenso sobre los procesamientos jurídicos de los abusadores.
Tanto los testimonios de adultos y niños sobre haber sido objeto de abusos
sexuales suelen ser ciertos. Respecto de los adultos, el síndrome de la “memoria falsa” suele ser poco frecuente
debido a que se trata de sucesos que dejan una impronta muy relevante en la memoria. En cuanto a los niños, solo un 7% de
las denuncias resultan ser falsas; el porcentaje aumenta considerablemente cuando el niño está viviendo un proceso de divorcio
conflictivo entre sus padres.
La definición de “abuso sexual a menores” puede realizarse
desde dos ópticas: la jurídica y la psicológica, que no siempre coinciden, por cuanto la valoración jurídica de esas conductas
sexuales está condicionada por el criterio objetivable del grado de contacto físico entre los órganos sexuales de agresor
y víctima, algo que no necesariamente correlaciona con la variación en el grado de trauma psicológico.
Desde el punto de vista jurídico, los abusos sexuales a menores se han
concretado en figuras tales como la “violación”, cuando se trata de un menor de 13 años y hay acceso carnal, el
“abuso deshonesto”, cuando no hay acceso carnal en menores de 13 o mayores mediando engaño o intimidación, y “estupro”
cuando se trata de una persona mayor de 13 y menor de 16.
Existe cierto consenso en la idea de que el límite que traspasa la evolución
natural de la sexualidad infantil y nos permite hablar de una sexualidad abusiva se produce en el momento en que el/la menor
pierde el control sobre su propia sexualidad y con ello del autodescubrimiento de su cuerpo y su placer para ser instrumentalizado
en beneficio de un placer ajeno del que no es protagonista, y con una persona con la que está en una relación de asimetría
de algún tipo de poder: control, edad, madurez psicológica o biológica .
Terminología
La bibliografía especializada utiliza el término “abuso sexual”
(“abuso sexual en la infancia”, “abuso sexual a menores”, “abuso sexual a niños”, etc.)
para referirse a este concepto. En cambio en el lenguaje periodístico es designado también con el nombre de “pederastia”.
Por su parte, al que comete el abuso se le identifica con el nombre de
“agresor sexual” o “abusador” (“abusador de menores”, “abusador de niños”,
etc.).
Clínicamente, la patología que sufren la mayoría de los abusadores de
menores se conoce con el nombre de “pedofilia”: un tipo de parafilia que consiste en la excitación o el placer
sexual derivados principalmente de actividades o fantasías sexuales repetidas o exclusivas con menores prepúberes (en general,
de 8 a 12 años).
Consecuentemente, la persona que sufre esa parafilia se denomina “pedófilo”.
Con todo, no es frecuente que en los estudios sobre el tema se utilice ese término como sinónimo estricto de “abusador
sexual”. La razón está, por un lado, en que algunos de los pedófilos no llegan nunca a abusar de niños, sino que se
quedan en los límites de las fantasías sexuales; y, por otro, en que algunos abusadores de niños lo hacen como reacción a
una frustración con el ámbito adulto, que es sobre el que realmente tienen sus inclinaciones sexuales, de ahí que no sean,
estrictamente, “pedófilos”. En otras ocasiones, lo que se hace es circunscribir el término “pedófilo”
a un tipo concreto de abusador, el primario, que se caracteriza por justificar su inclinación y conducta con criterios racionales.
Con todo, hay también especialistas que no hacen distinción entre ambos conceptos.
Etimológicamente, tanto “pedofilia” (paidós: “niño”,
filia: “amistad, amor”) como “pederastia” (paidós: “niño”, erastos, eros: “deseo
sexual” se basan en el término paidós: “niño”.
La relativa imprecisión del concepto de “abuso sexual” es
el primero de una serie de factores que impiden una identificación precisa del alcance del problema dentro de la sociedad
actual, por cuanto por su identidad tabú favorece su ocultamiento y silenciamiento.
En segundo lugar, es un problema también que la mayoría de lo abusos se
produzcan sin testigos, por lo que la única vía para su revelación sea el testimonio de la víctima. En tercer lugar, la condición
de menor de esta implica que pocos casos sean los denunciados, ya sea por su incapacidad para comunicarlos, ya por el miedo
que sienten, ya por no ser conscientes de haber sido sometidos a algo catalogable como “abusos”. En cuarto lugar,
dado que la mayoría de estos abusos se cometen en el interior de las familias o de círculos muy próximos al menor, es frecuente
que se creen estrategias de ocultamiento extraordinariamente eficaces.
De acuerdo con lo anterior, la realización de estudios o encuestas encaminadas
a determinar la extensión de la práctica de abusos sexuales está condicionada por múltiples factores, lo que obliga a tomar
sus resultados con cierta cautela.
Entre los estudios más destacados desarrollados para evaluar la prevalencia
de los abusos cometidos contra menores a nivel internacional destaca el efectuado (...) por Finkelhor (1994) (...). Los datos
muestran (...) que los abusos sexuales a menores constituyen un grave problema que se extiende internacionalmente, siendo
Estados Unidos (27% de las mujeres y 16% de los varones) y España (22,5% de las mujeres y 15% de los varones) los países en
los que se encuentran los mayores porcentajes de prevalencia disponibles (...), aunque (...) se incluye todo tipo de abusos,
ya que se parte de definiciones de amplio espectro (...). Estudios (...) como el de Gorey y Leslie (1997) después de revisar
los datos disponibles en los últimos treinta años en Estados Unidos concluyen que la prevalencia de abusos sexuales es del
22,3% para las mujeres y del 8,5% para los varones. Por su parte, Fleming, Muller y Bammer (1997) en su revisión exponen que
entre el 15-30% de las mujeres y el 5-15% de los varones han estado expuestos a alguna forma de actividad sexual no deseada
durante su infancia.
El abusador
Características generales
Los abusadores sexuales de menores son, mayoritariamente, hombres (aproximadamente,
un 87%, y de más edad que los agresores de mujeres adultas, respecto de los que desempeñan profesiones más cualificadas y
mantiene trabajos más estables) casados y familiares o allegados del menor, por lo que tienen una relación previa de confianza
con este (solo entre el 15 y el 35% de los agresores sexuales son completos desconocidos para el menor); cometen el abuso
en la etapa media de su vida (entre los 30 y los 50 años), aunque la mitad de ellos manifestaron conductas tendentes al abuso
cuando tenían menos de 16 años (recuérdese que entre un 20 y un 30% de las agresiones sexuales a menores son cometidas por
otros menores). Las mujeres abusadoras suelen ser mujeres maduras que cometen el abuso sobre adolescentes.
El abusador sexual es una persona de apariencia, inteligencia y vida normal.
Con todo, suelen presentar rasgos marcados de neuroticismo e introversión, así como inmadurez (en forma de infantilismo, por
ejemplo). No obstante, la pedofilia suele aparecer junto con otra parafilia —el exhibicionismo, por ejemplo— y
estar asociada a otros trastornos, como el alcoholismo o la personalidad antisocial. No es infrecuente una relación entre
la pedofilia y la personalidad obsesiva.
Según un estudio, la mitad de ellos no recibió ningún tipo de expresión
de afecto durante su infancia y adolescencia, presenta problemas con el consumo de alcohol y no presenta déficit en habilidades
sociales, aunque sí falta de empatía hacia sus víctimas, negando además el delito (rasgos no necesariamente acumulables en
cada individuo).
También se ha señalado que la personalidad del abusador, que disfrutaría
sometiendo a un niño y causando un sufrimiento, se encuadra dentro de lo que se denomina “estructura psicológica perversa”.
Tipos.
Se pueden distinguir dos grandes tipos de abusadores: los primarios y
los secundarios o situacionales.
Los primarios muestran una inclinación sexual casi exclusiva por los niños
y su conducta compulsiva es independiente de su situación personal. Se trata, clínicamente, de “pedófilos” en
un sentido estricto del término, que presentan unas distorsiones cognitivas específicas: consideran su conducta sexual como
apropiada (no se siente culpables ni avergonzados), planifican sus acciones, pueden llegar a atribuir su conducta a un efecto
de la seducción por parte del menor o pueden justificarla como un modo de educación sexual para este.
El origen de esta tendencia anómala puede estar relacionado con el aprendizaje
de actitudes extremas negativas hacia la sexualidad o con el abuso sexual sufrido en la infancia, así como con sentimientos
de inferioridad o con la incapacidad para establecer relaciones sociales y heterosexuales normales.
Pueden, además, coadyuvar determinados problemas de origen psicológico
o social, como el abuso del alcohol o de las drogas, los estados depresivos, el escaso autocontrol e, incluso, en algunos
casos, leve retraso mental.
En cuanto a los secundarios o situacionales, estos se caracterizan por
que su conducta viene inducida por una situación de soledad o estrés: el abuso suele ser un medio de compensar la baja autestima
o de liberarse de cierta hostilidad. No son estrictamente pedófilos, en tanto que su inclinación natural es hacia los adultos,
con los que mantienen normalmente relaciones problemáticas (impotencia ocasional, tensión de pareja...); solo recurren excepcionalmente
a los niños y lo hacen de forma compulsiva, percibiendo su conducta como anómala y sintiendo posteriormente culpa y vergüenza.
Muchos pedófilos, al ser descubiertos, niegan sus acciones e, incluso,
llegan a negárselas a sí mismos. Otra actitud frecuente es la relativización de la trascendencia de los hechos (están convencidos
de la imposibilidad de causarle problemas al menor o aluden a un factor de enamoramiento como justificante de la acción sexual)
o el dirigir la responsabilidad hacia el menor, que es quien les ha fascinado para cometer los abusos.
El abusador violento.
La violencia en los abusos sexuales se da en los casos en que el trastorno
narcisista de la personalidad está asociado a graves rasgos asociales, (con lo que) las determinantes inconscientes del comportamiento
sexual se conectarían con las dinámicas del sadismo convirtiéndose en peligrosas, porque la conquista sexual del niño, en
este caso, representaría un instrumento de venganza por los abusos sufridos en la infancia y el modo de ejercer el propio
e incontrovertible dominio -bajo la forma de deshumanización y humillación- sobre otro ser humano. Un sentimiento de triunfo
acompaña la transformación de un drama pasivo en una victimización perpetrado activamente: el niño es visto como un objeto
que puede ser fácilmente orientado y aterrorizado, que no provoca frustración y no tiene posibilidad de vengarse.
Entre los factores que podrían favorecer la aparición de este tipo de
pederastia se encuentran la violencia (violaciones, crueldad...) ejercida contra el individuo en su infancia (especialmente,
si los agentes fueron sus propios padres) y el haber vivido en ambientes familiares muy desestructurados, con episodios de
violencia en los que el individuo no tuvo la oportunidad de intervenir para mejorarlos.[28]
Fases del abuso sexual.
El abuso sexual de un menor es un proceso que consta generalmente de varias
etapas o fases:
1. Fase de seducción:
el futuro abusador manipula la dependencia y la confianza del menor, y prepara el lugar y momento del abuso. Es en esta etapa
donde se incita la participación del niño o adolescente por medio de regalos o juegos.
2. Fase de interacción
sexual abusiva: es un proceso gradual y progresivo, que puede incluir comportamientos exhibicionistas, voyeurismo, caricias
con intenciones eróticas, masturbación, etc. En este momento ya se puede hablar de “abusos sexuales”.
3. Instauración del
secreto: el abusador, generalmente por medio de amenazas, impone el silencio en el menor, a quien no le queda más remedio
que adaptarse.
4. Fase de divulgación:
esta fase puede o no llegar (muchos abusos quedan por siempre en el silencio por cuestiones sociales), y, en el caso del incesto,
implica una quiebra en el sistema familiar, hasta ese momento en equilibrio. Puede ser accidental o premeditada, esta última
a causa del dolor causado a los niños pequeños o cuando llega la adolescencia del abusado.
5. Fase represiva:
generalmente, después de la divulgación, en el caso del incesto la familia busca desesperadamente un reequilibrio para mantener
a cualquier precio la cohesión familiar, por lo que tiende a negar, a restarle importancia o a justificar el abuso, en un
intento por seguir como si nada hubiese sucedido.
Tipología de actos abusivos.
Dentro de los abusos sexuales, es importante distinguir aquellos que van
acompañados de violencia de aquellos que no. La violencia puede provocar dolor físico y, por tanto, determinar las reacciones
de rechazo, miedo o de terror. Las segundas pueden ser de distinto tipo, hasta el punto de que algunos niños ni se percatan
de que un adulto los ha tocado o tratado de manera impropia.
Los tipos específicos de abusos sexuales más frecuentes son los siguientes:
Sin contacto físico: exhibicionismo, masturbación delante del menor, observación
del niño desnudo, narración o proyección al menor de historias con contenido erótico o pornográfico;
Con contacto físico: tocamientos, masturbación, contactos bucogenitales,
penetración.
El tipo de conductas que se llevan más a cabo (normalmente, repetidas)
son los tocamientos y la masturbación mutua; en cuanto a la penetración -oral, vaginal o anal- es menos frecuente.
Los abusos sexuales en el ámbito doméstico.
El abuso sexual de menores en el ámbito familiar es una realidad compleja
en la que los factores que pueden configurar un contexto favorable a los mismos son variados y diversos. En principio, el
factor crítico no es tanto la consanguinidad entre los participantes, sino el papel parental que desempeña el adulto respecto
del menor. Los casos más frecuentes (70-80%) entre los denunciados son los de padrastro-hija y padre-hija. La edad media del
menor está entre los 6-8 años y los 12, y la relación se remonta a un tiempo bastante anterior a su descubrimiento con una
duración de unos dos años. Si la familia cuenta con más de un hijo, es normal que los abusos afecten también a más de uno
de ellos.
A menudo (cerca del 50% de los casos), además del abuso sexual hay también
abuso físico (maltrato) y negligencia respecto del menor. En muchos casos, pero no siempre, se encuentran historias de incesto
en la anamnesis de uno o ambos padres, que han crecido en ambientes degradados o faltos de afecto. En muchas situaciones se
ha verificado la presencia de un padre alcohólico o de una patología psiquiátrica en uno o ambos padres.[30]
La casuística clínica demuestra que un menor de edad víctima de sevicias
sexuales en la familia puede perder sus puntos de referencia afectivos y sufrir una alteración del equilibrio psíquico presente
y futuro: pérdida de autoestima, incapacidad de establecer relaciones afectivas armoniosas, dificultades para acceder a una
vida sexual y paternal satisfactoria. También existe el riesgo de dejarse implicar en la prostitución.
El silencio que recubre la práctica de abusos sexuales dentro de las familias
dificulta su conocimiento en un plazo corto de tiempo y, de hecho, los informes de las víctimas suelen ser retrospectivos,
frecuentemente obtenidos en el proceso terapéutico. El silencio al respecto por parte del menor obedece a diversos motivos:
miedo a no ser creído (de hecho, son frecuentes los casos de incredulidad explícita por parte de familiares no implicados
ante las denuncias de los menores); chantajes por parte del adulto; vergüenza por la posible publicidad del asunto; sentimientos
de culpa (además, existe la posibilidad de que se detenga al familiar); temor a la pérdida de referentes afectivos; y, sobre
todo, la manipulación sobre el sistema perceptivo del menor que realiza el adulto, en forma de una confusión generada al difuminar
la identidad exacta del acto que ha constituido el abuso. En este sentido, el menor es inducido a dudar de sus propias percepciones,
a negar su autenticidad y, al final, ya no sabe qué experimenta de verdad, cuáles son sus sensaciones reales, qué está bien
y qué está mal. Entonces se persuade de que la realidad más correcta es la del adulto que la interpreta para él, no la suya.
Esta pérdida del ego, debida a la negación del propio sentimiento, a veces puede generar trastornos psíquicos de menor a mayor
gravedad, como el desdoblamiento, es decir, la separación de los propios estados psíquicos auténticos o su negación.
Por lo demás, la práctica de este tipo de incesto no es exclusiva de familias
desestructuradas, sino que se puede encontrar también en ámbitos más estables; en este sentido, el descubrimiento de los casos
acaecidos en estos últimos resulta mucho más dificultosos, pues los primeros suelen aflorar en los hospitales.
La característica esencial de las familias donde se dan abusos sexuales
a los menores es que presentan algún tipo de disfuncionalidad que comporta, normalmente, su tendencia a encerrarse en sí mismas
y a aislarse socialmente. Se trata, además, de grupos donde el miedo a la ruptura familiar es perceptible (motivado, en ocasiones,
por las dificultades económicas que podría acarrear); consecuentemente, el incesto puede llegar a cumplir la función secundaria
de mantener unida a la familia: la casuística muestra que, en casi la mitad de los casos, al constatarse el incesto padre-hija
(o padrastro-hija), la armonía de la pareja estaba comprometida y las relaciones conyugales estaban suspendidas desde hacía
tiempo. El incesto se convierte así en un poderoso regulador de los problemas de la pareja.
El abusador, en estos casos, suele ocupar una posición dominante en el
seno de la familia y actúa impidiendo las relaciones de sus miembros con el exterior. En cuanto a la hija, de ser ella la
víctima, suele ser la mayor y haber intercambiado su papel familiar con el de la madre, de la que se halla distanciada emocionalmente
(es frecuente la presencia en estas familias de madres perturbadas psíquicamente o alcoholizadas).
Se han identificado dos grandes tipos de familias proclives a la práctica
de abusos sexuales sobre sus menores, caracterizadas ambas por la presencia de parejas de progenitores en las que uno de los
miembros es el dominante y autoritario y el otro el subordinado y pasivo. Los hijos suelen estar implicados, consecuentemente,
en la relación de pareja con funciones sustitutivas:
Por un lado, familias donde el perfil patriarcal de su funcionamiento
es extremo. El padre es una figura dominante y su comportamiento es autoritario e, incluso, violento. La madre, por el contrario,
es pasiva o sumisa, y suele presentar enfermedades físicas o psicológicas que la sitúan en una posición marginal dentro del
grupo. En este tipo de familias, una hija reemplaza a la madre, asumiendo también el papel sexual correspondiente.
Por otro lado, habría familias donde los papeles están invertidos respecto
de la anterior; la madre es la figura dominante, aunque se halla frecuentemente alejada del hogar por motivos de trabajo,
y el padre adopta una posición subordinada y dependiente respecto de ella, con lo que se alinea psicológicamente con los hijos.
En este tipo de familias, el padre busca el consuelo afectivo en una hija, lo que deriva frecuentemente en el incesto.
Consecuencias de los abusos sexuales a
menores.
Las consecuencias del abuso sexual a corto plazo son, en general, devastadoras
para el funcionamiento psicológico de la víctima, sobre todo cuando el agresor es un miembro de la misma familia. Las consecuencias
a largo plazo son más inciertas, si bien hay una cierta correlación entre el abuso sexual sufrido en la infancia y la aparición
de alteraciones emocionales o de comportamientos sexuales inadaptativos en la vida adulta. No deja de ser significativo que
un 25% de los niños abusados sexualmente se conviertan ellos mismos en abusadores cuando llegan a ser adultos.
Los indicios de posibles abusos.
Existen dos grandes tipos de indicios que pueden sugerir la existencia
de abusos sexuales sobre un menor: los problemas conductuales y las dificultades emocionales.
En el primer tipo se incluyen, entre otros, problemas como el fracaso
escolar, la negativa a hablar o a interrelacionarse afectivamente con los demás, la tendencia a la mentira, la promiscuidad
y excesiva reactividad sexual, los ataques de ira, las conductas autolesivas, la tendencia a la fuga y el vagabundeo, etc.
En el segundo tipo se encuentran dificultades como la depresión, la ansiedad,
la baja autoestima, los sentimientos de impotencia, la dificultad para confiar en los demás, determinados síntomas psicosomáticos
(dolores en diversas partes del cuerpo, por ejemplo), trastornos del sueño o, por el contrario, deseo constante de refugiarse
en él, etc.
Las consecuencias de los abusos.
Una gran cantidad de estudios indican que la mayoría de las víctimas infantiles
de abusos sexuales sufren daños como consecuencia de los mismos:
Tienen dificultades para sentirse personas y para crecer con autonomía.
(...) Los excesos de estimulación debidos a manipulaciones brutales y a emociones perturbadoras o frustrantes los dejan (...)
en un estado sensorial confuso y evanescente: entienden que son prisioneros de la voluntad ajena, se sienten amenazados pero
no pueden responder o sustraerse a ella. Todas las referencias sensoriales, afectivas y representativas se confunden cuando
un niño es víctima de un abuso sensorial o afectivo que no puede integrar. (...) Cuando un adulto abusa de la propia fuerza
y del propio poder, el niño no puede oponerse en un plano de igualdad: no posee el lenguaje, aún no es autónomo, su vida depende
de los mayores. (...) Sirviéndose del niño como objeto sexual, asustándolo y sobreexcitándolo cuando aún no es libre de elegir
o sustraerse, cuando aún no está en condiciones de simbolizar las experiencias a nivel cognitivo, de expresarlas en palabras
y de valorarlas por lo que son, el que abusa de él, con sus intervenciones irrespetuosas en relación con los ritmos de crecimiento
y las exigencias del pequeño, puede interrumpir su proceso de humanización, “petrificarlo”, con consecuencias
cuyos efectos pueden hacerse sentir a muchos años de distancia.
Con todo, la coexistencia de una historia de abuso sexual infantil y los
trastornos adultos no prueban que el abuso “causara” el trastorno. En muchas familias en donde se han producido
abusos sexuales, hay otros problemas familiares (alcoholismo de los padres, abusos emocionales, discordias maritales) que
igualmente son dañinos para los niños. Los factores genéticos también pueden entrar en la ecuación, quizá por afectar al grado
de vulnerabilidad y resistencia del individuo.
El impacto de la agresión sexual está condicionado por, al menos, cuatro
variables que se hallan interrelacionadas:
1. El perfil individual
de la víctima (respecto del cual es más importante que su edad o el sexo, el contexto familiar donde vive);
2. Las características
de la agresión (cuya gravedad es proporcional a la frecuencia, duración y violencia con que se ha producido);
3. La relación entre
víctima y abusador: las pruebas muestran que los efectos psicológicos más graves se producen cuando el abusador es una persona
conocida en la que el menor confía;
4. Las consecuencias
provocadas por el descubrimiento del abuso (sobre todo en lo que se refiere a si el abusado es creído o no; una respuesta
inadecuada del entorno de la víctima puede complicar el proceso de recuperación).
Por otra parte, se ha estudiado también el dilema al que se enfrentan
los niños que han sufrido un abuso cuando han intentado comunicar su experiencia, y que explicaría los enormes problemas que
tienen los menores para contar con coherencia y de inmediato la agresión sufrida. R. C. Summit definió, en este sentido, el
SAASN (Child Sexual Abuse Accomodation Syndrome: síndrome de acomodación del niño al abuso sexual) de acuerdo con cinco etapas:
1. secreto
2. indefensión
3. acomodación y trampa
4. revelación diferida,
contradictoria y poco convincente y
5. retractación.
Por lo demás, algunos agresores fomentan el silencio de la víctima sugiriéndole
a esta que lo que ha ocurrido es un secreto compartido o amenazándola directamente.
Consecuencias del incesto.
En cuanto a las consecuencias de los abusos sexuales intrafamiliares,
la casuística muestra que casi el 30% de las mujeres que recurren a un tratamiento psiquiátrico refieren una historia de incesto.
Prácticamente todos los síndromes psiquiátricos conocidos han sido señalados como posibles consecuencias de una experiencia
de incesto: frigidez, promiscuidad sexual, fantasías o relaciones homosexuales, delincuencia, depresión con tendencias suicidas,
fobia, psicosis después del parto, anorexia nerviosa, crisis histéricas y ataques de ansiedad. Análogamente se ha comprobado
que muchas mujeres que han sido violadas en más de una ocasión han sido víctimas de incesto. También los estudios realizados
con prostitutas han demostrado que cerca del 50% de ellas tenían a sus espaldas un historial de abusos sexuales entre los
muros domésticos (...) Entre los drogadictos graves (...) a menudo hay mujeres víctimas de una experiencia anterior de incesto.
También se ha observado que un porcentaje considerable de los hombres que se encuentran en la cárcel por delitos sexuales
(...) había estado sexualmente implicado con algún miembro de su familia.
Según Jean Goodwin,[43] se pueden describir las consecuencias de este
tipo de abusos atendiendo a los distintos estadios del desarrollo: infancia, edad preescolar, edad de latencia, adolescencia
y edad adulta.
En la infancia, además de algunos síntomas fisiológicos, se produce un
miedo inesperado a los hombres o un apego a la madre también excesivo.
La edad preescolar (4-6 años) es la etapa en la que se producen las situaciones
más complejas, debido a que el menor siente auténtico terror ante la posibilidad de perder el afecto y la protección de su
familia, por lo que tiene fuertes sentimientos de culpa ante los hechos acaecidos.
La edad de latencia (6-12 años) presenta el mayor porcentaje de menores
que confiesan haber sufrido abusos familiares. Aun siendo ya conscientes de lo que les ha pasado, suelen usar la fantasía
como defensa y suelen expresarse metafóricamente al respecto. Entre las consecuencias más evidentes están el rechazo a la
escuela y la idealización de la familia.
Los adolescentes sometidos a abusos sexuales suelen recurrir con frecuencia
a las fugas de casa (no tanto como huida, sino como declaración simbólica de su culpabilidad), la promiscuidad sexual, los
intentos de suicidio (habitualmente, entre los 14 y 16 años y motivados por el sentimiento de culpa por haber traicionado
a la madre, el sentimiento de fracaso por haber sido causa de disolución familiar, las dificultades para entablar relaciones
sexuales normales tras los abusos...), las crisis histéricas, etc.
Efectos a corto plazo.
Entre el 70 y el 80% de las víctimas quedan emocionalmente alteradas después
de la agresión (efectos a corto plazo). Las niñas suelen presentar reacciones ansioso-depresivas (muy graves en los casos
de las adolescentes) y los niños problemas de fracaso escolar y de socialización, siendo más proclives a presentar alteraciones
de la conducta en forma de agresiones sexuales y conductas de tipo violento.
Desde un punto de vista más teórico, el “modelo del trastorno de
estrés postraumático” considera que los efectos son los propios de cualquier “trauma”: pensamientos intrusivos,
rechazo de estímulos relacionados con la agresión, alteraciones del sueño, irritabilidad, dificultades de concentración, miedo,
ansiedad, depresión, sentimientos de culpabilidad, etc. (efectos que pueden materializarse físicamente en síntomas como dolor
de estómago, de cabeza, pesadillas...).
Por su parte, otro modelo teórico, el “traumatogénico”, centra
su atención en cuatro variables como causas principales del trauma:
Sexualización traumática: el abuso sexual es una interferencia en el desarrollo
sexual normal del niño, por cuanto aprende una vivencia de la sexualidad deformada (especialmente, cuando la agresión se ha
producido en el hogar);
Pérdida de confianza: no solo con el agresor sino con el resto de personas
cercanas que no fueron capaces de impedir los abusos;
Indefensión: el haber sufrido los abusos lleva a la víctima a considerarse
incapaz de defenderse ante los avatares de la vida en general, provocando en él actitudes pasivas y de retraimiento;
Estigmatización: sentimientos de culpa, vergüenza, etc. que minan su autoestima.
Efectos a largo plazo.
A largo plazo, aunque los efectos son comparativamente menos frecuentes
que a corto plazo, el trauma no solo no se resuelve sino que suele transitar de una sintomatología a otra. Con todo, no es
posible señalar un síndrome característico de la adultos que fueron objeto de abusos sexuales en la infancia o adolescencia.
Existen numerosos condicionantes de la pervivencia de efectos a largo plazo, como puede ser, entre otros, la existencia en
el momento de los abusos de otro tipo de problemas en la vida del niño (maltratos, divorcio de los padres, etc.) e, incluso,
en muchos casos los efectos aparecen provocados por circunstancias negativas en la vida adulta (problemas de pareja, en el
trabajo, etc.).
Los fenómenos más regulares son las alteraciones en el ámbito sexual,
como inhibición erótica, disfunciones sexuales y menor capacidad de disfrute, depresión, falta de control sobre la ira, hipervigilancia
en el caso de tener hijos o adopción de conductas de abuso o de consentimiento del mismo, y síntomas característicos de cualquier
trastorno de estrés postraumático.
De forma más pormenorizada, pueden señalarse como efectos a largo plazo
los siguientes: el abusado puede experimentar síntomas como retrospecciones (recuerdos traumáticos que se imponen vívidamente
en contra de la voluntad), inestabilidad emocional, trastornos del sueño, hiperactividad y alerta constante. Por otra parte,
también se pueden producir aislamiento, insensibilidad afectiva (petrificación afectiva), trastornos de memoria y de la concentración,
fobias, depresión y conductas autodestructivas.
Debido a que el inicio en la vida sexual del menor fue traumático, experimenta
sensaciones y conductas distorsionadas en el desarrollo de su sexualidad, como agresividad sexual, conductas inadecuadas de
seducción hacia otros, masturbación compulsiva, juegos sexuales, promiscuidad sexual, trastornos de la identidad sexual, prostitución,
e incluso llegan a reexperimentar la situación abusiva siendo, posteriormente la pareja de un abusador.
Hay pruebas también de que las personas pueden olvidar y olvidan de hecho
las agresiones sexuales (así como otros acontecimientos traumáticos de su vida). Quienes han sufrido traumas pueden tener
recuerdos invasivos de los sonidos de un acontecimiento y simultáneamente ser incapaces de recordar las imágenes (o viceversa),
o pueden recordar los sentimientos experimentados durante el abuso, pero no los acontecimientos exactos que los provocaron.
La experiencia clínica tradicional ha demostrado que son tres las causas
fundamentales para reprimir los recuerdos: evitar el dolor, evitar quedar abrumado y evitar deseos inaceptables. Recientemente,
se ha añadido el “evitar información que amenaza un vínculo necesario” como una causa más y, quizá, la más relevante,
en la misma línea que algún especialista ya había señalado de que un motivo para la inconsciencia de los recuerdos es la “preservación
del amor de los otros” (M. J. Horowitz).[44]
La amnesia como consecuencia del abuso.
Un informe de 1994 de la American Psychological Association (Asociación
Psicológica Estadounidense) estableció cuatro ideas básicas en relación al asunto de los recuerdos diferidos de abusos en
los niños:
La mayoría de las personas que sufrieron abusos sexuales en la infancia
recuerdan todo o parte de lo ocurrido;
Una agresión sexual que se llegase a olvidar durante mucho tiempo puede
recordarse (se desconoce el cómo);
Son posibles los pseudorrecuerdos de hechos no ocurrido (se desconoce
el cómo);
Existe un conocimiento insuficiente de los procesos que llevan a un recuerdo
exacto o inexacto del abuso sexual en la infancia.
Con todo, el fenómeno del olvido de las agresiones sexuales está muy extendido
y bien documentado, aunque no se comprenden con exactitud sus causas y mecanismos. Por otro lado, también existen recuerdos
fabricados (sobre todo, en presencia de un individuo persuasivo en posición de autoridad: terapeuta, progenitor, etc.); muchas
víctimas expresan, de hecho, grandes dudas acerca de la realidad de sus propios recuerdos de la agresión, independientemente
de la frecuencia de sus recuerdos.[46]
En este sentido, se cree que las dudas acerca de los hechos están directamente
vinculadas a la naturaleza del abuso, esto es, el hecho de que en la infancia las personas tiendan a subordinar nuestras percepciones
de la realidad a las de un tercero, implica para el caso de las agresiones sexuales que luego haya una serie de consecuencias
distorsionadoras en la capacidad de conocimiento de la realidad para el adulto que las ha sufrido.
En 1996, Jennifer J. Freyd expuso su teoría de que la represión de la
memoria no aparece porque reduzca el sufrimiento, sino porque, a menudo, el hecho de desconocer el abuso cometido por un cuidador
es necesario para la supervivencia.
Esta teoría, que denomina “del trauma de la traición”, propone
que los traumas que más posibilidades tienen de ser olvidados son aquellos en los que la traición es un componente fundamental.
Así, considera que la traición de un cuidador de confianza es clave para prever un caso de amnesia con respecto al abuso sexual
cometido por este, en tanto que el apego del niño a ese cuidador convierte a la amnesia en adaptativa: cuando el traidor es
alguien de quien dependemos, los mismos mecanismos que por regla general nos protegen -la sensibilidad a los engaños y el
dolor que nos motiva para cambiar las cosas de manera que dejemos de estar en peligro- se convierten en un problema. Debemos
bloquear la conciencia de la traición, olvidarla, con el fin de asegurar que nos comportemos de manera que se mantenga la
relación de la que dependemos.
Tratamiento de víctimas y agresores
Las víctimas.
El principal problema que hay con los abusos sexuales a menores es que,
tanto si se trata de un simple acoso como si hay penetración, no suele dejar pruebas física duraderas en los niños. Por otro
lado, ni el agredido ni los agresores, unos por la edad y otros por su problema, suelen ser capaces de explicar con precisión
lo que ha ocurrido. Además, la confirmación de los hechos es complicada porque no suele haber más testigos oculares que la
víctima y el agresor, el cual suele negar la acusación.
La valoración psicológica de un caso de abusos se aborda, fundamentalmente,
a través de la entrevista psicológica al menor y la observación. Básicamente, son dos los tipos de entrevistas que se programan
con la víctima: por un lado, aquellas que están encaminadas a investigar lo que ha ocurrido, y por otro las que están orientadas
a la intervención sobre el niño como víctima del abuso.
La consecuencia inmediata que se extrae de los primeros contactos con
la víctima es si la intervención terapéutica es necesaria o conveniente, pues no todos los menores víctimas de abusos presentan
síntomas psicopatológicos que obligan a un tratamiento. Normalmente, determinadas características individuales del menor y
de su contexto socio-familiar pueden ser suficientes como para proteger al menor del impacto negativo del abuso.
Se han señalado cuatro criterios básicos que sugieren una mayor urgencia
de actuación en un caso de abuso: la convivencia del agresor con el niño tras el abuso; la actitud pasiva o de rechazo hacia
el niño por parte de su familia; la gravedad del abuso; la ausencia de una supervisión del caso que pudiese evitar nuevos
abusos.
Se han señalado, también, dos grandes fases, con sus correspondientes
técnicas, en el proceso de intervención sobre una víctima de abusos sexuales: una primera fase educativa y una segunda específicamente
terapéutica.
La fase educativa pretende que el menor comprenda tanto su propia sexualidad
como la del agresor de una forma objetiva y adaptada a su nivel. Se trata de informar al menor y hacer que comprenda qué son
los abusos sexuales y cómo prevenirlos. El objetivo es no solo garantizar su seguridad en el futuro sino, sobre todo, aumentar
la autoestima en el menor confiriéndole mecanismos de control sobre los aspectos relativos a la sexualidad.
La fase terapéutica aborda la situación en que ha quedado el niño tras
el abuso y pone en práctica determinadas técnicas para que pueda superar el trauma y evite recaídas en la edad adulta. Entre
las técnicas que se pueden utilizar están:
El desahogo emocional del menor, con el objeto de romper el secreto y
el correspondiente sentimiento de aislamiento, que en ocasiones puede llevar a que el niño cree sus propios y errados mecanismos
de defensa;
La revaluación cognitiva, con el objeto de evitar la disociación o la
negación de la experiencia, de forma que el niño reconozca que sus sentimientos son legítimos y normales tras una experiencia
como la que ha vivido;
Técnicas que permitan cambiar las alteraciones cognitivas, afectivas,
sexuales y conductuales (habilidades sociales y asertividad; entrenamiento en relajación y control de la ira; autoexploración...).
Terapias basada en el “juego dramático” (para crear con la
imaginación situaciones y personajes que permitan al menor regresar al hecho perturbador pero desde una posición analítica,
externa y controladora); los cuentos infantiles (para explicar y analizar los hechos metafóricamente); el dibujo (con una
función diagnóstica y terapéutica, a la vez).
Los agresores.
Muchos estudios y experiencias forenses demuestran que sólo unos pocos
de estos agresores sexuales pueden ser diagnosticados como psicópatas sexuales -cuyo reto en la intervención sí que consideramos
francamente complejo- y, por tanto, la posibilidad del tratamiento y la rehabilitación del resto de agresores sexuales se
convierten en una realidad factible.
El abusador de niños es una persona razonablemente integrada en la sociedad,
en cualquier caso siempre mucho más que un violador. Suelen carecer de historial delictivo. En consecuencia, su actitud habitual
ante el problema es negarlo o minimizarlo, con el objeto de no ser identificado como tal por la sociedad, en la que el abuso
sexual a menores genera un gran rechazo y es objeto de sanciones penales.
El pederasta puede aprender a controlar su conducta, pero no la inclinación
pedófila, la cual es causa de sufrimiento en una parte de los pederastas (conscientes de su proclividad a los abusos sexuales)
pero no en todos. Por lo demás, no todos los pederastas son pedófilos, pues en muchos casos solo están usando a los niños
como sustitutos de adultos a los que no pueden acceder para mantener relaciones sexuales con ellos.
Se han señalado cuatro categorías principales de negación por parte de
los abusadores sexuales, las cuales implican sendos tipos de dificultades a la hora del tratamiento:
Negación de los hechos: se trata de la categoría que implica la forma
más difícil de tratar y superar el problema;
Negación de conciencia: el abusador echa la culpa a distintos aspectos
no controlables por él, como el alcohol, impulsos irrefrenables, etc.
Negación de responsabilidades: el abusador atribuye la culpa a la víctima;
Negación del impacto: el agresor acepta su responsabilidad, pero minimiza
sus consecuencias.
El tratamiento psicológico para los abusadores que aceptan someterse al
mismo, y para el que deben haberse resuelto previamente esas formas de negación, es muy parecido al utilizado para adicciones
como el alcohol se suele centrar en las siguientes líneas de actuación:
La prevención de nuevos episodios de abuso;
La modificación de las ideas distorsionadas en relación con el abuso sexual;
La supresión o reducción de los impulsos sexuales inadecuados;
El aumento de la excitación heterosexual adecuada y de las habilidades
sociales requeridas;
El entrenamiento en autocontrol y solución de problemas;
Mejora de la autoestima;
Las estrategias de prevención de recaídas.
El menor ante su denuncia
La verificación de una acusación de abuso sexual no es una tarea fácil.
Existen dos principios básicos de actuación que hay que manejar siempre: por un lado, asumir que cada caso es distinto de
todos los demás, aunque solo sea en un matiz o detalle; por otro, que el interés en la protección del menor debe ser prioritaria,
pues la revelación del abuso puede interrumpir este y, por el contrario, las actitudes indecisas y superficiales ante determinadas
evidencias pueden agravar las consecuencias del mismo.
En general, si bien es cierto que puede existir, tanto en adultos como
en menores, la inducción de falsas denuncias o de falsos recuerdos a través de diversos mecanismos, no es frecuente (aunque
en algún caso raro es posible) que los niños denuncien falsamente un abuso mintiendo por oportunismo.
A este respecto, son más frecuentes las falsas retracciones, debido a
que la inherente vulnerabilidad del menor puede llevarle a sentir terror ante las consecuencias de su denuncia. Estas retracciones
se originan en motivos como el temor a las amenazas, la relación afectiva con el abusador, los sentimientos de culpa cuando
es un caso de incesto, el sentimiento de vergüenza, etc.
Cuando la actitud del menor es el silencio, esto se puede deber a su percepción
de que lo que le ha ocurrido es algo normal, a que no es capaz de identificar conceptualmente lo que ha sufrido, al recelo
que siente por todos los adultos, al miedo a destruir los vínculos familiares en el caso del incesto, etc.
Por otro lado, en ambientes familiares y sociales difíciles, el placer
que deriva de los juegos con trasfondo sexual puede ser la única forma de placer que el niño consigue experimentar y es, por
tanto, comprensible que se aferre a ella.
Además, es posible que la revelación del abuso por parte del menor se
haga de forma enmascarada, esto es, a través de síntomas, y no de palabras, de tipo psicosomáticos y conductuales.
Se distinguen dos tipos de enfoque para abordar el tema de la validez
de las declaraciones del menor: el enfoque de los estándares y el enfoque de los indicadores. El primero presta especial atención
al proceso a través del cual se va a realizar la entrevista con el menor y a cómo se van a evaluar sus resultados; el segundo,
por el contrario, busca relacionar las respuestas emocionales, conductuales o fisiológicas del niño con las de otros con un
historia de abusos sexuales ya comprobado.
Para la evaluación de la veracidad de las declaraciones, se está utilizando
con preferencia, aunque en una fase de desarrollo y refinamiento, un método conocido con el nombre de “análisis de la
validez de la declaración” (statement validity analysis) y su elemento centro llamado “análisis del contenido
basado en criterios” (criteria-bases content analysis), que se centra en las declaraciones realizadas sobre el abuso
sexual en sí mismo. Se basa en el supuesto de que las afirmaciones realizadas por un niño sobre sucesos que realmente ha experimentado
difieren de manera cuantificable de las afirmaciones falsas o producto de su fantasía, de manera que un análisis de la declaración
prestada puede discriminar entre una declaración verdadera o falsa sobre lo sucedido.
Pederastia e internet
Los pederastas suelen intercambiar información sobre cómo engañar a los
padres de un niño, cómo intercambiar pornografía de forma privada y cómo evitar ser descubiertos. Los foros en los que operan
son cada vez más cerrados. Los que tienen conocimientos sobre seguridad en internet los comparten con los demás, de modo que
cada vez son más difíciles de localizar, si bien los métodos de la policía son, también, cada vez más sofisticados.
Las imágenes que se suelen ver por internet proceden de lo que la Policía
llama Wintercambio altruista”. Normalmente no son colocadas por organizaciones, sino por los propios pederastas, que
muchas veces las obtienen de su entorno familiar (hijos, sobrinos, hijos de vecinos...).
Los policías expertos en internet han explicado en reiteradas ocasiones
que los pederastas se infiltran a menudo en chats de adolescentes, haciéndose pasar por personas de su misma edad y consiguiendo
en algunos casos que lleguen a desnudarse frente a la webcam. También intentan obtener sus teléfonos para tratar de lograr
un contacto real. Lo más usual es que el pederasta entre en un chat, se registre con un apodo y abra una sala de usuario en
la que, en apenas media hora, puede intercambiar decenas de fotos y vídeos. Luego la sala desaparece.
De acuerdo con diversos informes policiales, los pederastas empiezan con
imágenes más suaves y van derivando hacia imágenes cada vez más duras y con víctimas más jóvenes, lo que les lleva a desear
un contacto real que, en muchos casos, se acaba satisfaciendo en el denominado “turismo sexual”.
Medidas de control de la pederastia por
internet.
En junio de 2008, tres grandes proveedores de internet en Estados Unidos,
Verizon, Sprint y Time Warner Cable, llegaron a un acuerdo para bloquear los boletines on line y páginas web a través de las
que se distribuyen imágenes de pornografía infantil. Por su parte, Microsoft desarrolló un sofisticado programa para rastrear
pederastas en la red, que fue puesto en práctica por la policía de Toronto (Canadá).
En Reino Unido, la policía creó un portal trampa sobre pedofilia con la
intención de cazar a los que busquen este tipo de contenidos en Internet. La página ofrecía indicios de contenido ilegal y
luego almacenaba los datos de las personas que intentaban acceder a contenidos más escabrosos. En China, con más de 90 millones
de usuarios de internet, cerca del 50% de los cuales son menores de 24 años, se ha llegado a restringir el uso de contraseñas
para luchar contra las páginas de contenido pedófilo.[59]
En España, en febrero de 2005, Terra, MSN-Microsoft, Yahoo y Wanadoo se
unieron en un proyecto para defender los derechos de los menores en la red, en colaboración con el Defensor del menor de la
Comunidad de Madrid y varias asociaciones de protección de la infancia. Los proveedores de servicios y contenidos de internet
se comprometieron a retirar las páginas, foros y comunidades virtuales en las que se haga apología de la pedofilia y el delito
sexual, o se incite a la anorexia y la bulimia.
Derecho internacional.
También en el ámbito internacional se han desarrollado instrumentos que
dentro de la protección general de la niñez hacen especial incapié en el cuidado frente a los abusos sexuales:
Convención Americana Sobre Derechos Humanos
Artículo 19. Todo niño tiene derecho a las medidas de protección que su
condición de menor requieren por parte de su familia, de la sociedad y del estado.
Convención Iberoamericana de Derechos de
la Juventud
Artículo 11.Derecho a la protección contra el abuso sexual. Los Estados
Partes adoptarán las medidas que sean necesarias para evitar que la explotación, el abuso o el turismo sexual o de cualquier
otro tipo de violencia o malos tratos de los jóvenes y promoverá la recuperación física, psicológica y económica de las víctimas.
Convención sobre los Derechos del Niño-Naciones
Unidas
Artículo 19 1. Los Estados Partes adoptarán todas las medidas legislativas,
administrativas, sociales y educativas apropiadas para proteger al niño contra toda forma de perjuicio o abuso físico o mental,
descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, incluido el abuso sexual, mientras el niño se encuentre bajo la custodia
de los padres, de un representante legal o de cualquier otra persona que lo tenga a su cargo.
Artículo 34 Los Estados Partes se comprometen a proteger al niño contra
todas las formas de explotación y abuso sexuales. Con este fin, los Estados Partes tomarán, en particular, todas las medidas
de carácter nacional, bilateral y multilateral que sean necesarias para impedir: 1. La incitación o la coacción para que un
niño se dedique a cualquier actividad sexual ilegal; 2. La explotación del niño en la prostitución u otras prácticas sexuales
ilegales; 3. La explotación del niño en espectáculos o materiales pornográficos.
Artículo 36 Los Estados Partes protegerán al niño contra todas las demás
formas de explotación que sean perjudiciales para cualquier aspecto de su bienestar.
Hasta
aquí Wikipedia. Ver: http://es.wikipedia.org/wiki/Abuso_sexual_infantil