Curas pederastas: las puertas del infierno hacia la abominación de la desolación

X. El pecado de los sacerdotes pederastas y pedófilos

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Introducción
I. El camino ancho y el angosto
II. El sacerdocio de Cristo
III. El sacerdote y los niños
IV. El pecado en general
V. Los pecados que claman justicia al cielo y las abominaciones
VI. El sacerdote y el pecado
VII. La correcta acción del cristiano frente al pecado personal y del prójimo
VIII. El Abuso sexual infantil
IX. Los curas pederastas
X. El pecado de los sacerdotes pederastas y pedófilos
XI. La mentira
XII. La complicidad
XIII. El caso de Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo
XIV. Intentan desvirtuar la lucha del Papa contra pederastas
XV. Legionarios, cómplices de Marcial Maciel
XVI. La abominación de la desolación
XVII. Los mentirosos
XVIII. Las Puertas del Infierno
Conclusiones
Luis González
Orden de Caballeros Crucíferos
Viacrucis de los Caballeros Crucíferos
Cantos Gregorianos
Sueños del fundador de los Crucíferos

X. El pecado de los sacerdotes pederastas y pedófilos.

 

La exposición de San Alfonso María de Ligorio es bastante explícita respecto de la gravedad del pecado cometido por sacerdotes. Sin embargo, es necesario dimensionar la suma de abominaciones que implica el pecado de la pederastía de los ordenados.

 

Sin lugar a dudas que el análisis debe partir de las sentencias de Cristo en el sentido de que a aquél que escandalice a un niño "más le convendría que le colgasen al cuello una rueda de molino y lo sepultaran en el fondo del mar" y  “en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt. 18, 6; 25, 40).

 

Asimismo, tal suma de pecados cabe en el contexto de las abominaciones especialmente repudiadas por Dios: el sacerdote pederasta no solamente se encuentra entre aquellos a los que más les valdría amarrarse la piedra de molino y arrojarse al mar, porque han destruido a un niño y en él a Cristo, habiendo sido ordenados para hacer las veces de Cristo.

 

Habiéndose investido del sacerdocio de Cristo, para continuar su obra redentora, se valió de esta para cometer el pecado abominable dañando superlativamente a los niños, quienes especialmente representan a Cristo y cuyos ángeles contemplan y claman por ellos ante el trono de Dios.

 

Cometen pecados en contra del primero y el sexto mandamientos y para satisfacer deseo por el pecado lo hacen utilizando la investidura sacerdotal.

 

Para lograr su cometido, tuvieron que haber violado otros mandamientos, como el segundo, el tercero, cuarto,  el quinto y  el octavo, esto es, tomaron el nombre de Dios en vano y no santificaron las fiestas (para estos el sacrificio diario de la eucaristía es la fiesta). Asimismo, deshonraron a sus padres y a sus autoridades y mintieron.

 

Por cometer esta clase de pecados el sacerdote se convierte en un desolador, un devastador de todo, un ser repugnante, miserable y odioso que genera angustia, tristeza, destrucción de vidas, destrucción de confianzas, etc. Al ocupar un lugar y una función ministerial en la iglesia se encuentra en el lugar santo, el del sacerdote de Cristo. Como sacerdote pederasta es una execrable y asquerosa abominación desoladora. Se adjudicó todas las prerrogativas y poderes para dar vida eterna y las utiliza para dar muerte, en servicio del demonio, a quien elige con sus actos como padre.

 

Si el demonio antes de convertirse a sí mismo en lo que es, fue constituido con el oficio de regir el universo y, por tal oficio, se volvió soberbio, cuya iniquidad estalló en cuanto supo que todo era para Cristo, cuando le fue revelada la visión de la mujer a punto de dar a luz y se hizo rebelde, en el caso del sacerdote, que representa a Cristo y que ejerce el sacerdocio de Cristo, utiliza este ministerio para satisfacer su aberración pecaminosa de pederasta, con tales actos utiliza la imagen de Cristo para cometer tal pecado, resulta que la abominación que comete es el mismo pecado en contra del Espíritu Santo en máximo grado de iniquidad; es peor que Herodes, peor que Judas, peor que Satanás  y peor que todos los demonios juntos.

 

Como otro Cristo, el sacerdote verdaderamente tiene el poder de dar vida al hombre, la vida verdadera en Cristo por el bautismo. Tiene el poder de resucitar a los muertos por el pecado, mediante el sacramento de la penitencia y tiene el poder de engendrar a Cristo en la Eucaristía y de darlo como comida a los fieles, para que tengan vida en ellos. Ello aún estando en grave pecado mortal.

 

Si la Santísima Virgen María es participe de la santísima trinidad en orden de la encarnación de Cristo, por lo cual es cocreadora y corredentora y tiene un suprasacerdocio que solamente a ella le corresponde, el sacerdote ejerce funciones análogas a las de Ella con su oficio.

 

El pecado que resulta de que el sacerdote sea un pederasta es monstruoso. Es la esencia y la suma del misterio de la iniquidad; es la digestión del acto y del fruto prohibido que comieron Adán y Eva; es la cabeza de la serpiente que ha de ser aplastada con la consumación total en los hombres de la redención de Cristo en la cruz..

 

Se trata de un pecado superlativo, un monstruo constituido de todos los pecados del hombre, que efectivamente es la puerta de la máxima abominación que desolará a la Iglesia desde la cabeza, que es el falso profeta al servicio de la bestia constituida de toda la humanidad pecadora y posesa del demonio a la que este entrega su poder y su trono.

 

Esta suma de pecados se reviste con la mentira, cuya esencia se expresa con su máxima expresión. Desde lo más grotesco y ridículo hasta lo más sutil del engaño deviene en torno de los sacerdotes pederastas; en los círculos en los que se desenvuelven y en todas las relaciones humanas que viven, porque no están aislados, han contado y cuentan con todo un entramado de complicidades del poder eclesiástico que los protegen, aún en el escenario de las denuncias más sonadas.

 

Es así que el modo de vida de los sacerdotes pederastas, como de sus cómplices y aquellos que conociendo el hecho lo minimizan, lo ocultan, lo disfrazan o lo confunden, es la mentira, la perfección en la mentira, la expresión de la mentira con toda su naturaleza de iniquidad.

 

Operativamente, cada reducto de curas pederastas en una diócesis es un reflejo execrable y hediondo de la realidad exterior de la sociedad. Un grupo de pederastas se relaciona, se mezcla, convive, hace negocios, intrigas, fraudes, etc, con el grupo de curas homosexuales, bisexuales, mujeriegos, borrachos, avaros, codiciosos, defraudadores y rateros de arte sacro. De ese mismo modo se relacionan con sus iguales hacia fuera. Todos ellos se mueven cada cual por sus intereses, pero ante el peligro de denuncia se protegen todos a una.

 

Si un obispo o alguien trata de afectarlos en alguna manera, responden en grupo y siempre tienen en la boca el argumento principal, casi innato en ellos, que escribiera Sun- Tzu en “El arte de la Guerra”: el general  pagado de sí mismo será difamado, para impedir que los obispos y grupos de curas que luchan en su contra los denuncien: “si me denuncias, va a salir toda la porquería, todos van a saber  y la imagen del obispo se enlodará; los fieles se alejarán de la iglesia, será un escándalo”.

 

XI. La mentira...