III. El sacerdote y los niños.
La relación del sacerdote con los niños emana de un claro mandato de Cristo.
“Le traían unos niños para que les impusiera las manos; y los discípulos les regañaban. Pero Jesús, al verlo,
se enojó y les dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí, y no se lo impidáis,
porque de éstos es el Reino de Dios. En verdad os digo: quien no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y
abrazándolos, los bendecía, imponiéndoles las manos” (Mc. 10, 13-16).
Resalta aquí el propósito fundamental de la niñez: la salvación, ya que quien no reciba el Reino de Dios como
un niño, no entrará en él.
Asimismo, Dios quiere ser alabado y bendecido, pero solo es de los niños de quienes se procura y de los
más pequeños: “Pocos días antes de la Pasión, los príncipes de los sacerdotes
y los escribas, al ver los milagros que hacía, y a los niños que le aclamaban..., se irritaron y le dijeron: ¿Oyes lo que
dicen éstos? Jesús les respondió: Sí; ¿no habéis leído nunca: de la boca de los pequeños y de los niños de pecho te preparaste
la alabanza?” (Mt. 21, 15-16).
Para los sacerdotes hoy en día, la relación con los niños se observa en las misas, a la hora de dar la paz,
cuando en numerosas iglesias corren a saludar al sacerdote.
Sin embargo, la relación que puede ser más cercana entre el sacerdote y los niños, se da en la catequesis. Por
lo general hoy en día no son los curas párrocos quienes se ocupan de dar el catecismo, sino los fieles que quieren hacerlo,
con el beneplácito del cura. Muchas veces el sacerdote habla con los pequeños y se relaciona con ellos, va a excursiones y
paseos de convivencia.
Tratándose de escuelas de educación básica dirigidas por sacerdotes y/o religiosos/as suele darse una mayor
relación.
Ejemplo de una vida de entrega al cuidado y educación de los niños lo tenemos en San Juan Bosco.
El objetivo es cumplir con ese mandato de Cristo: “Dejad que los
niños se acerquen a mí y nos se los impidáis”. De ello se desprende el trabajo de educar a los niños en el amor
a Jesús y en acercarlos a la comunión a la edad propicia, que el catecismo oficial de la Iglesia establece en siete años de
edad.
Este servicio es tan odiado por el demonio que ha logrado que en nuestros días incluso las conferencias episcopales
de diversos países hayan determinado trabas que impiden a los niños hacer la primera comunión a la edad de siete años, con
lo cual, quienes han hecho eso, responden a Cristo como aquellos fariseos o como criados mal pagados, a su mandato expreso
de “no se los impidáis”.
La irresponsabilidad de los sacerdotes al abandonar el trabajo de impartir directamente el catecismo lo único
que hace es no dejar que los niños se acerquen a Jesús, lo mismo que esa irresponsabilidad que hace que pierdan varios años
en acercarse debidamente a él mediante la comunión. Ocurre entonces que gracias a obispos y sacerdotes irresponsables, los
niños pierden varios años de su vida de inocencia intentando acercarse a Jesús, y lo logran hasta los 12 o 13 años, para comulgar
unas cuantas veces y luego regularmente caer en los pecados de la mentira o contra la pureza del cuerpo, para no volver a
comulgar, si bien les va, hasta el día en que contraen matrimonio.
Bien los niños pueden hacer un importante acopio de gracia santificante entre los 7 y los 14 años, la cual les
serviría para resistir las tentaciones propias de la adolescencia. Sin embargo, hubo unos pastores malvados, necios e ignorantes,
que procuraron que no se acercaran a Jesús y les impidieron el hacerlo, para que no tuvieran esa reserva de gracia y cuando
viniera el embate de la tentación, cayeran de inmediato y sin la menor resistencia.
Como se ha escrito, se trata de un verdadero trabajo para el demonio a manos de quienes deberían de trabajar
para Cristo, pero incluso, hacen eso argumentando servir a Cristo.
Quienes obran de este modo, han desobedecido a Cristo en su mandato expreso y, hasta con enojo y rabia, han
utilizado todo su poder para impedírselos. Han inventado su propia ley al respecto y utilizado los pensamientos de los hombres
que son como los del demonio; han creado su propio credo y su propio universo con la ciencia de las conveniencias humanas,
que es aquella misma ciencia del bien y del mal que el demonio empezó a enseñar a los hombres desde el paraíso terrenal, distinta
de la verdadera ciencia cuyo fundamento es la obediencia a Dios (Mt. 16, 23;
Gn. 3, 5; 1 Sam. 15, 22-23).
Esta rebeldía y desobediencia contra el mandato de Cristo, es la madre de las abominaciones que la iglesia sufre
hoy en día, ya que el ataque es directamente en contra de Cristo y de aquellos a quienes Él prefiere y de quienes dice que
es necesario asemejarse para poder entrar en el reino de los Cielos.
Establecida tal división desde hace muchos años en la práctica ordinaria de la Iglesia respecto de los niños
para que se acerquen a Jesús, a manos de quienes deberían obedecerle para procurar tal acercamiento, y ya que se convirtieron
en los primeros en impedírselos, estos tales han abierto una de las puertas del infierno contra la iglesia que Cristo fundó,
y de esa puerta han salido las abominaciones de que tratamos aquí.
¿Por qué muchos obispos y sacerdotes han hecho esto? Porque aunque poseen el ministerio de Cristo y su sacerdocio
eterno, lo utilizan para alcanzar su zona de confort, esto es, solo con propósitos netamente humanos. La consecuencia fue
inevitable y por eso no les importó que entre ellos se reprodujeran todos los que señalan las sagradas escrituras que no entrarán al Reino de los Cielos: los pedófilos, pederastas, efebófilos, avaros, ladrones, sodomitas,
borrachos, maledicentes, lascivos, mujeriegos, injustos, mentirosos, idólatras, cobardes, embusteros, incrédulos, homicidas,
hechiceros, etc. Mientras traigan y atraigan dinero, no importa lo demás (1 Cor. 6,
9-10; Apoc. 21, 8).
Tales círculos de notables no podían pasar desapercibidos ante los cristianos con sus abominaciones, ya que
al árbol se le conoce por sus frutos (Mt. 12, 33-37).