XII. La complicidad.
La
definición más común de complicidad es que se trata de una actitud con la que se muestra que existe conocimiento por parte
de dos o más personas de algo que es secreto u oculto para los demás y la cooperación o participación en la comisión de un
delito. Asimismo, el cómplice es una persona que sin ser autora de un delito de manera directa, coopera a su perpetración
con actos anteriores o simultáneos, aunque no indispensables.
Desde
una óptica moral, la responsabilidad del cómplice es proporcional con respecto a la relación de autoridad, jerarquía o función
que guarda con el perpetrador y con la víctima y con relación al daño que esta sufre. Asimismo, en el caso de los sacerdotes
pederastas, si el cómplice es uno o varios fieles, otro sacerdote, el superior de la orden religiosa, el obispo o el cardenal,
tienen responsabilidad frente a la Iglesia y frente a Dios.
Desde
el punto de vista legal, casi todos los códigos penales en el mundo, aplican sanciones a los cómplices de pederastas, cuando
han sido denunciados y comprobada su participación.
En
el caso de la Iglesia Católica, con el escándalo de los sacerdotes y obispos pederastas, ha quedado manifiesta la conducta
de los cómplices a través de acciones con el propósito de anteponer tradiciones humanas dejando por un lado el cumplimiento
de los mandatos de Dios, haciéndose, con tal hecho receptores de los castigos que impone a quienes le desobedecen y pretenden
sustituir sus mandatos con sus medidas personales.
Sin
lugar a dudas, la denuncia y la aplicación de sanciones en contra de los curas pederastas, corresponde a dos autoridades claramente
diferenciadas por el mismo Cristo: la autoridad civil y la autoridad eclesiástica: “Dad al César lo que es del César
y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22, 15-21),
De
aquí se deriva la necesidad de reflexionar sobre la denuncia de los pederastas ante los tribunales civiles, por parte de las
víctimas y sus familiares, como por los mismos superiores eclesiásticos para que sean castigados con las penas que las leyes
imponen en contra de quienes cometen dicho delito.
Esta
reflexión es necesaria, ya que se han observado numerosos casos en donde las denuncias solamente se hicieron ante obispos,
cardenales y ante la Santa Sede y, en otros casos, solamente ante las autoridades civiles.
Es
importante el análisis para discernir la obligación ante las víctimas, ante la Iglesia y la sociedad en general, de que sean
castigados penalmente por las autoridades civiles quienes cometan tales crímenes, por los diversos deberes que se cumplen
con la denuncia, por parte de las víctimas, sus familiares y los miembros del clero en quienes recaiga la responsabilidad
de hacerlo.
Lo
anterior independientemente del perdón que tanto las víctimas como los integrantes de la iglesia tienen obligación de dar
a los pederastas, ya que es un mandato expreso de Cristo.
Dicha
reflexión es necesaria para observar los extremos de lo que Cristo y los apóstoles señalaron y enseñaron con relación a la
justicia humana y la divina, los tribunales de Dios y de los hombres, las obligaciones con la autoridad divina y humana, así
como de los artilugios de que se valen los que se hacen cómplices para evitar que se cumpla con lo que Dios manda.
A
continuación se anotan los fundamentos de la conducta del cristiano respecto del asunto.
Con
relación a la autoridad a la que debe recurrir el cristiano para dirimir controversias, San Pablo hace una exposición bastante
clara en la primera carta a los Corintios:
“Hermanos: Cuando alguno de ustedes tiene algo contra un hermano,
¿cómo se atreve a llevar el asunto ante los tribunales paganos y no ante los hermanos? ¿No saben que los hermanos van a juzgar
al mundo? Y si ustedes van a juzgar al mundo, ¿no son acaso capaces de juzgar esas pequeñeces? ¿No saben que vamos a juzgar
a los ángeles? Pues, cuánto más los asuntos de esta vida.
Sin embargo, ustedes, cuando tienen que resolver asuntos de esta vida,
se los llevan a los que no tienen ninguna autoridad sobre la comunidad cristiana. ¿No les da vergüenza? ¿De modo que no hay
entre ustedes ninguna persona competente, que pueda ser juez de ustedes, y van pleitear, hermano contra hermano, ante los
infieles? El mismo hecho de que haya pleitos entre ustedes ya es una desgracia. ¿Por qué mejor no soportan la injusticia?
¿Por qué mejor no se dejan robar? Pero no, ustedes son los que hacen injusticias y despojan a los demás, que son sus propios
hermanos.
¿Acaso no saben que los injustos no tendrán parte en el Reino de Dios?
No se engañen: ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones,
ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores tendrán parte en el Reino de Dios.
Y eso eran algunos de ustedes. Pero han sido lavados, consagrados y justificados
en el nombre del Señor Jesucristo y por medio del Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor. 6, 1-11).
En
la Epístola del Apóstol San Pablo a los Romanos, se encuentra el sentido positivo de someterse a las autoridades:
“Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay
autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad,
a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos.
Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien,
sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios
para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar
al que hace lo malo.
Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del
castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios
que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto;
al que respeto, respeto; al que honra, honra” (Rm. 13, 1-7).
Es
necesario agregar lo que se señala en torno del “escándalo”, ya que el concepto ha sido frecuentemente socorrido
por los que se han hecho cómplices de los pederastas.
Jesús
llama la atención sobre la gravedad del escándalo de aquellos que apartan a los demás de la fe:
"Al que escandalice a uno de esos pequeños que creen en mí, más le convendría
que le colgasen al cuello una rueda de molino y lo sepultaran en el fondo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos! Porque
es irremediable que sucedan escándalos, pero ¡ay del hombre por quien viene el escándalo!" (Mt
18, 6-7).
Hasta el fin del mundo habrá escándalo; pero los que dan escándalo serán
castigados con penas terribles (Mt 13, 41; Lc 17, 1).
Con
la palabra escándalo se designa en la Biblia, en sentido literal, a la piedra, lazo o trampa, etc., que se le pone al ciego
o al caminante para que tropiece (Lv. 19, 14; Sal. I40. 9); pero se usa sobre
todo con sentido moral.
Según
Santo Tomás, se da escándalo cuando alguien con palabras o hechos moralmente menos rectos es ocasión de ruina espiritual para
otro o le induce de algún modo a pecar (Cfr. Suma Teológica II-II, q. 43 a. 1).
Es
siempre especialmente grave el pecado del que directamente se propone hacer pecar a los demás (escándalo diabólico). En cambio
no hay obligación de evitar aquel tipo de escándalo que procede exclusivamente de la malicia del que se dice escandalizado
(escándalo farisaico). Los fariseos se escandalizaban de la conducta de Jesús y de sus discípulos.
(ver:
http://www.mercaba.org/EDUCADOR/tema_38_quinto_mandamiento.htm)
Los
santos padres, los papas y obispos han hablado muchas veces del pecado de escándalo. El papa Pablo VI, como los papas anteriores,
han denunciado el escándalo de la pornografía, los espectáculos inmorales, la literatura que corrompe la fe o las costumbres,
las diversiones pecaminosas, etc. Quien comete pecados de escándalo tiene el deber de hacer lo que está de su parte por reparar
el mal que hizo con su conducta.
En
el primer señalamiento de san Pablo, se refiere claramente a controversias entre los cristianos, que requieren de un juez
que las dirima y aunque hace referencia al hecho de que tienen que ver con acciones detestables de los propios cristianos,
como lo es el despojo de unos contra otros, la gravedad de los actos puede ser determinada y sancionada por una autoridad
eclesiástica.
En
el segundo señalamiento se refiere claramente al cumplimiento de las leyes de las naciones, a las autoridades que las emiten
y las que son encargadas de su cumplimiento.
Aunque
lo ordenado por Cristo se encuentra muy bien aclarado por san Pablo, son numerosos los fieles, sacerdotes y prelados que tergiversan
el sentido de lo señalado con el propósito de “no generar escándalo”.
Por
esta razón es conveniente la explicación que se anotó, respecto del escándalo desde el punto de vista bíblico.
Ya
que la semilla de los pederastas es la iniquidad, los que contribuyeron a que las denuncias de las víctimas quedaran ocultas
en los pasillos y oficinas de diócesis y arquidiócesis, incluyendo a las oficinas del mismo Vaticano, “para no escandalizar”,
son cómplices del crimen cometido.
En
el caso del Vaticano, quedó clara la actuación del entonces Cardenal Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI para sancionar
a los curas pederastas, aún en el marco y temporalidad de la sucesión papal, que en el marco de la política vaticana implica
años antes y después. Su acción quedó manifiesta, ya como Papa, con las sanciones que impuso a Marcial Maciel en vida, y la
intervención mediante delegado pontificio a la congregación de los Legionarios de Cristo, cuya estructura de gobierno fue
señalada como cómplices de Maciel, así como las renuncias de obispos y aplicación de sanciones a curas pederastas de todo
el mundo.
Paralelamente
fue hasta que periodistas de todo el mundo empezaron a exponer públicamente las historias de las víctimas y el clamor generalizado
de indignación que se dio a conocer el trabajo que el Papa venía realizando para limpiar a la iglesia de estas lacras.
Un
factor casi imperceptible para el mundo pero fundamental para El Vaticano, lo representa el hecho de que aunque la Iglesia
es una jerarquía, una monarquía, existen grupos de poder en su interior, que tienen diversos puntos de vista e intereses,
que no necesariamente concuerdan con los del Papa.
Aún
así, Benedicto XVI ha hecho imperar la doctrina correcta al respecto y aplicado las medidas necesarias para la limpieza de
la Iglesia. Ello ha contribuido a poner luz ante el mundo, de la diversidad que existe en los grupos de cardenales y sus intereses,
aún las acciones que podrían considerarse como de complicidad.
Por
ejemplo, un grupo cardenales difundió la idea de que las denuncias contra sacerdotes pederastas y por la aparente inactividad
del Papa o su actuación como Prefecto para la Sagrada Congregación de la Fe, formaban parte de un ataque mundial y una conspiración
en contra de la Iglesia.
Eso
quedó desmentido por el propio Benedicto XVI, cuando en una reunión con periodistas con quienes ratificó ninguna tolerancia
a pederastas, a propósito de una visita pastoral a Portugal en abril de 2010, dijo que "la mayor persecución, la más grande"
de la Iglesia no viene de enemigos de fuera, "nace del pecado de la Iglesia" y que "la Iglesia tiene una profunda necesidad
de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender el perdón, pero también la necesidad de justicia,
ya que el perdón no sustituye a la justicia".
Queda
claro que las víctimas no solamente quieren una petición de perdón, sino la restitución del daño y que quienes han realizado
el ataque mundial contra la Iglesia son los propios curas y obispos, con sus pecados y complicidades.
Sin
lugar a dudas, quedó claro que el Papa atajó al grupo de obispos y cardenales
interesado en hacer creer que la prensa lo ataca sin ton ni son y evitó que se generase
una espiral de reacciones en ese sentido.
Queda
claro también el servicio que la prensa internacional hizo a la Iglesia al denunciar con todo rigor el mal que la corroe y
los mensajes del Papa en el sentido de que los pederastas deben restituir el daño.
De
esta forma se separan las dos vertientes que se relacionan con el fenómeno de los curas pederastas, los cómplices amigos de
no generar “escándalo”, entendiendo escándalo como la simple divulgación de un hecho escandaloso y quienes con
el Papa quieren la renovación de la Iglesia.
Cabe
señalar que Benedicto XVI destapó gran número de casos de abuso sexual. Desde cardenal se propuso sanear esta situación y
lo ha demostrado en cantidad de actos de gobierno, documentos, directrices, cartas abiertas a los obispos y solicitudes públicas
de perdón. En cuatro ocasiones (Alemania, EE.UU., Malta y Roma) se ha reunido con víctimas de abuso, manifestándoles su pesar,
su solidaridad y reconocimiento por su valentía al haber denunciado. La decisión de Benedicto XVI es que todo se ventile para
bien de la Iglesia.
Asimismo
Mons. Charles Scicluna, Promotor de Justicia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, quien podría ser considerado el
fiscal general de la Iglesia para los casos de abuso sexual, ha logrado recopilar, en 50 años, 3.000 casos de delitos de este
tipo.
Si
bien queda de manifiesto la acción del Papa en contra de los pederastas, también se manifiestan las acciones de complicidad
de quienes rodearon a los curas pederastas. Se dividen en dos: aquellos que no hicieron algo y los que hicieron algo para
acallar las denuncias. Estos pudieron estar en torno de los victimarios o ser responsables de conocer de tales denuncias y
de realizar procedimientos de investigación para determinar la veracidad de las mismas para aplicar sanciones y/o determinar
las sanciones.
En
sentido amplio, el grado de responsabilidad y culpa, es proporcional al acto moral omitido y/o realizado cuyo efecto redundó
en encubrir al perpetrador y/o defenderlo.
Aquí,
las acciones a realizar por aquellos que se digan cristianos, se fundan en lo que el mismo Cristo mandó:
“Si tu hermano comete una falta, ve y repréndele a solas tú con
él, si te escucha habrás ganado a tu hermano; si no te escucha, toma contigo todavía uno o dos, para que por la palabra de
dos o tres testigos sea fallada toda causa. Si los desoye a ellos, díselo a la Iglesia; y si a la Iglesia desoye, tenlo como gentil y publicano. En verdad os digo que lo que atéis en la tierra quedará atado en
el cielo; y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. También os aseguro que, si dos de vosotros se ponen
de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, la obtendrán de mi Padre celestial. Porque donde están dos o tres reunidos
en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18, 15-20).
San
Pablo explica cómo debe ser la separación respecto de aquellos a quienes hay que tener por gentiles y publicanos:
“Al escribiros en mi carta que no os relacionarais con los impuros,
no me refería a los impuros de este mundo, en general o a los avaros, a ladrones
o idólatras. De ser así, tendríamos que salir del mundo. ¡No!, os escribí que no os relacionarais con quien, llamándose hermano,
es impuro, avaro, idólatra, ultrajador, borracho o ladrón. Con esos, ¡ni comer! Pues
¿por qué voy a juzgar yo a los de fuera? ¿No es a los de dentro a los que vosotros
juzgáis? A los de fuera Dios los juzgará. ¡Arrojad de entre vosotros al malvado!” (I Cor.
5, 9-13)
El
apóstol San Juan lo reitera:
“Todo el que se excede y no permanece en la doctrina de Cristo,
no posee a Dios (...) si alguno viene a vosotros y no es portador de esta doctrina no
lo recibáis en casa ni lo saludéis, pues el que le saluda se hace solidario de sus malas obras”
(2 Jn. 9-11)
Existe
referencia de la acción de entregar al demonio el cuerpo del que no quiere corregirse. San Pablo es quien aplicó tales medidas:
“Sólo se oye hablar de inmoralidad entre vosotros, y una inmoralidad
tal que no se da ni entre los gentiles, hasta el punto que uno de vosotros vive con la mujer de su padre. Y, ¡vosotros andáis
tan hinchados! Y no habéis hecho más bien duelo para que fuera expulsado de entre vosotros el autor de semejante acción. Pues
bien, yo por mi parte, corporalmente ausente, pero presente en espíritu, he juzgado ya, como si me hallara presente al que
así obró: que en nombre del Señor Jesús, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de Jesús Señor nuestro, sea entregado
ese individuo a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu se salve en el día del Señor” (1 Cor. 1-5).
Asimismo,
existe otra referencia, en la cual exhorta a Timoteo a mantener la firmeza y la determinación en el combate por Cristo, con
una fe y conciencia recta, advirtiendo que quienes han rechazado hacerlo de esta manera, no evitaron naufragar en la fe y
se volvieron blasfemos:
“...entre estos están Himeneo y Alejandro a quienes entregué a
Satanás para que aprendiesen a no blasfemar” (1 Tim. 1, 18-20).
En
este sentido, el acto de denunciar ante tribunales civiles para la aplicación de penas corporales, como lo es la privación
de la libertad, a los curas pederastas y sus cómplices, aplica como un acto de caridad.
Visto
desde el extremo de una contraposición, en el capítulo 10 del Evangelio de Mateo se anota un elemento que permite determinar:
“El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa
de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que
dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa" (Mt. 10, 41-42).
Al
confrontar las acciones, quien ayudó a un pecador a cometer su pecado, más tratándose de un sacerdote, esto es un profeta
que utiliza su oficio para pecar, merecerá un castigo igual al de aquel del que se hizo cómplice.
El
cómplice comete todos los pecados del perpetrador, más el pecado de la razón personal por la que lo haga. Además, si es el
cómplice es otro sacerdote o un obispo, se agregan las responsabilidades de utilizar sus investiduras de modo contrario a
lo que Cristo y prescribe, para servir al demonio. A todo ello se le agrega la responsabilidad del daño cometido al menor,
que es el mismo Cristo. También el daño del escándalo. El pecado contra el Espíritu Santo. Pecados en contra de cada uno de
los 10 mandamientos de la Ley de Dios y por todos los sacrilegios, los del victimario y los propios.
Aquí
es necesario subrayar que el modus operandi de los cómplices se sustenta en la mentira, sobre cuya base se levanta toda una
construcción pecaminosa que convierte a sus operarios en verdaderos maestros del mentir y del procurar, generar, manipular,
propiciar, dirigir, corregir, etc, acciones, pensamientos, situaciones, relaciones entre personas, con la finalidad de producir
hechos deseados o alcanzar objetivos. Esto lo hacen indistintamente tanto para cometer los pecados, como para afrontar cualquier
situación de la vida. Es su modo de vida, en cuyo curso, descienden a las profundidades de satanás, se comportan con él y
se hacen sus hijos, poseso pasivos del diablo.
Hay
que aclarar que la posesión pasiva consiste en que el demonio realmente se ha introducido en el cuerpo de una persona, debido
a que lo ha venido imitando durante mucho tiempo en el ejercicio, en este caso, de la mentira como forma de obtener lo que
quieren. No se manifiesta con vomito verde, voces pavorosas, contorsiones horribles y manejo de lenguas diversas, sino en
el más puro ejercicio de la naturaleza del demonio, que es la mentira.
El
demonio provee a estos sus hijos de la fascinación necesaria, de la complacencia en sí mismos, del triunfo en sus empresas
y de todo lo necesario para que expandan su ciencia del mentir.
De
esta suerte, el fenómeno de los pederastas en la Iglesia significa no solamente a unos victimarios y a unas víctimas del crimen,
sino la existencia y consolidación de una forma de vida sustentada en la mentira, el pecado y la vivencia y complacencia en
todas las abominaciones bajo la investidura sacerdotal, la vida en posesión diabólica, posesos administrando los sacramentos
de Cristo, sin duda una casta maldita de aquellos que configuran a la gran prostituta que monta por breve tiempo a la bestia
que surge del mar, de la que se narra en el libro del Apocalipsis del apóstol san Juan.