Curas pederastas: las puertas del infierno hacia la abominación de la desolación

XVIII. Las Puertas del Infierno

Home
Introducción
I. El camino ancho y el angosto
II. El sacerdocio de Cristo
III. El sacerdote y los niños
IV. El pecado en general
V. Los pecados que claman justicia al cielo y las abominaciones
VI. El sacerdote y el pecado
VII. La correcta acción del cristiano frente al pecado personal y del prójimo
VIII. El Abuso sexual infantil
IX. Los curas pederastas
X. El pecado de los sacerdotes pederastas y pedófilos
XI. La mentira
XII. La complicidad
XIII. El caso de Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo
XIV. Intentan desvirtuar la lucha del Papa contra pederastas
XV. Legionarios, cómplices de Marcial Maciel
XVI. La abominación de la desolación
XVII. Los mentirosos
XVIII. Las Puertas del Infierno
Conclusiones
Luis González
Orden de Caballeros Crucíferos
Viacrucis de los Caballeros Crucíferos
Cantos Gregorianos
Sueños del fundador de los Crucíferos

XVIII. Las Puertas del Infierno.

 

Existe una relación de las puertas del infierno con la abominación de la desolación, derivada del contexto en que Cristo las enuncia:

 

“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios Vivo.” Replicando Jesús le dijo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.” (Mt. 16, 15-20).

 

Resaltan varios elementos de análisis:

 

Que el Padre revela a Cristo por medio de Pedro; que Cristo aclara que su verdad en esta revelación no tiene forma de provenir en manera alguna de la carne y la sangre; que tal revelación implica la imposición del oficio de Pedro de ser la roca sobre la que se edifica la Iglesia de Cristo, ya que tiene el fundamento de la revelación del Padre para ser roca fundamental; que hay unas puertas del infierno que siempre estarán abriéndose contra esta Iglesia, pero que no prevalecerán contra ella; no se impondrán en su lucha y oposición contra la Iglesia; no predominarán; que Pedro tiene las llaves del reino del Cielo, para abrir o cerrar sus puertas; que tiene la facultad de con su voluntad determinar ataduras y/o desatar cosas atadas por él o por otros, con el efecto de que su determinación de atar y /o desatar que imponga en la tierra también quedará impuesta en el cielo.

 

Conviene antes de abordar el tema de las puertas del infierno, exponer un breve resumen de la teología de este discurso de Cristo.

 

Ante la pregunta de Nuestro Señor, “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?...” ocurre un hecho singular y trascendental, que el Padre revela a Pedro su intima relación con Cristo y esto ocurre en una profusión y profesión que llena todo el ser del apóstol.

 

Por este hecho Pedro es volcado hacia Cristo por el Espíritu Santo a expresar lo que el Padre ha revelado acerca de Cristo y lo compulsa a gritarlo ante la interrogante del Señor, de manera que al ejercer este oficio, Pedro se manifiesta ante Nuestro Señor como “Bienaventurado”, conocedor e íntimo de Cristo que posee en su corazón, en su inteligencia y en su boca la procesión entre el Padre y el Hijo, por beneplácito del Padre, que es el que engendra eternamente a Cristo y de cuya boca sale el Verbo, de modo que con palabras, Pedro expresa el misterio de Cristo que él ama en su corazón.

 

Es por esta razón que en este acto Cristo se vuelca hacia Pedro al ver en él la moción del Padre que hace de Pedro el hombre con las características para depositar en él el fundamento de sus esponsales con su cuerpo místico, la Iglesia que ha de fundar con su sangre. Por eso en ese acto le dice que es la piedra donde Cristo edificará a su Iglesia; le dará las llaves del Reino de los Cielos y el poder de atar y desatar que es respetado en el cielo.

 

Es así que en dicho acto, se junta en Pedro la acción de las tres divinas personas: la revelación del Padre, la caridad del Hijo y la fecundidad del Espíritu Santo. Se sigue entonces exponerle su oficio y lo que deviene a esta esposa de Cristo de la que lo hace piedra de fundamento.

 

El misterio de iniquidad aparece también enseguida, tal cual la cizaña con el trigo, dado que así como de la boca de Pedro salió la revelación del Padre, inmediatamente salió también la voz del demonio, expresando pensamientos de hombres, de lo que es posible deducir que una de tales puertas son los pensamientos de hombres, qué, como tales,  son los mismos del demonio; se identifican cuando se expresan para ser obstáculo o piedra de tropiezo contra la voluntad de Dios. Resalta que la dignidad de la persona, su oficio o la misión que Dios le encargue, ser obispo o Papa no es garantía que impida que esto ocurra, cuando lo que la persona busque sea solamente exponer intereses de hombres. Queda claro que la boca y los actos de los ministros de Dios pueden ser puertas del infierno cuando expresan solamente intereses de hombres (Mt. 16, 22-23).

 

Desde el inicio de la Iglesia, empezando por la piedra, Pedro, su fundamento, las puertas del infierno operan para prevalecer, fundamentados en sentimientos, razones, motivos y pensamientos puramente humanos, separados de Dios. Ello se demuestra con hecho que posteriormente acontecieron con Pedro. En la última cena, cuando Cristo anuncia a sus discípulos que lo van a abandonar, del mismo modo en que Pedro habló con pensamientos de hombre, no apegados a la voluntad de Dios, para disuadir al Señor de que no le pasarían tales cosas, --el sufrimiento y la muerte--, se abalanzó nuevamente con pensamientos de hombre acerca de sí mismo, para decir: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré”. A pesar de que Cristo le dijo de que esa misma noche negaría conocerlo, él nuevamente salió con los sentimientos de hombre al margen de Dios, para reiterar: “Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré” (Mt. 26, 30-35).

 

Las palabras de Pedro, solo como hombre, disociado de Cristo y de la voluntad de Dios, son confirmadas por sus acciones. Primero trató de disuadir al Señor respecto de su pasión y muerte, posteriormente dijo que él nunca lo negaría y que estaría dispuesto a morir por él y enseguida, en el momento de la prueba, incluso juró no conocer a Cristo. De no ser porque Cristo oró por Pedro para que su fe no falle y de que en tal oración se encuentra el fundamento del sostenimiento de la Iglesia,  las puertas del infierno hubieran prevalecido desde el principio,  desde la cabeza de los apóstoles, desde la piedra misma de cimiento (Mt. 26, 69-75).

 

La fuerza de la oración de Cristo y su efecto con la permanencia de su Iglesia  se manifiesta con el arrepentimiento de Pedro y la manifestación de su amor por Cristo, superior al de todos los demás apóstoles, cuando se juntan el él la compunción del corazón con la caridad (Mt. 26, 75).

 

Derivado de ello, Pedro, quien con todas sus limitaciones enseña que el primado de los apóstoles --y su sucesor el Papa-- se equivocó siempre que expuso pensamientos y sentimientos de hombres o cuando hizo cosas guiado por  temores o por respetos humanos, en lugar de por la voluntad de Dios expresa en el Evangelio, con todo su poder de poseer las llaves del Reino de los Cielos y de atar y desatar. Enseña a sus sucesores a ser humildes, a corregir sus errores y darse cuenta que aunque hayan recibido el Espíritu Santo para ejercer su oficio, siguen siendo hombres con posibilidad de pecar y de cometer errores que pueden ser terribles, como cualquier hombre, pero con la responsabilidad inherente a su oficio y con las advertencias que el mismo Cristo hizo a sus apóstoles cuando dejen de hacer lo que les mandó o cuando hagan cosas que indignas.

 

Aún después de que Cristo ascendió al Cielo y de haber vivido las contradicciones de pensamientos y acciones de las que el mismo Señor le corrigió, Pedro volvió a guiarse por respetos humanos, temores y pensamientos de hombres. Incurrió en conductas inapropiadas por guardar apariencias ante los judíos, pero fue enfrentado y reprendido por san Pablo, toda vez que otros ya estaban imitando tales conductas indignas y él se corrigió humildemente (Gal. 2, 11-14).

 

Una antigua tradición ilustra que el primado de los apóstoles toda su vida debe luchar en contra de si mismo, porque de no hacerlo así, se abre la principal de las puertas del infierno. Refiere que cuando Nerón incendió Roma en el año 64 y culpó a los cristianos de ello,  Pedro huyo de la ciudad, incitado por los fieles. En su camino encontró a Cristo a quien le preguntó “¿a donde vas Señor?” y Él le respondió, “A Roma para volver a ser crucificado”. Entonces Pedro se regresó, para ser perseguido y martirizado. Cabe señalar que hay un pequeño templo a las afueras de Roma, donde está una piedra de mármol con las supuestas huellas de Cristo. De dicha tradición provienen las palabras latinas: “¿Quo Vadis Domine?.

 

El asunto de las puertas del infierno que refiere Jesucristo, tienen una relación de lucha y oposición constante, sin descanso, desde las tripas del hombre mismo; de búsqueda de prevalecer no solamente sobre, sino en su contra; destruirlo. En el caso de la Iglesia, el objetivo de dichas puertas es destruir a la que Cristo ha fundado sobre la roca que tiene el fundamento del reconocimiento de la verdad de Cristo como Hijo de Dios Vivo, que es Pedro. Como ha quedado demostrado, tales puertas pueden aparecer como confirmación del misterio de iniquidad, incluso por boca  y actos de la misma roca de la Iglesia, para impedir que se consume la redención por el oficio de esta institución.

 

De acuerdo con las palabras de Cristo, su Iglesia, esto es, su asamblea, se construye sobre una roca que es Pedro, a quien el Padre ha revelado el origen de Cristo, por tanto, la Iglesia de Cristo se compone con  dos partes que él establece: la roca, Pedro –y sus sucesores- y la asamblea.

 

A la roca, Cristo asigna dos oficios con relación a la misión que le ha encomendado, de ser la piedra de cimiento sobre la que edifica Cristo a su Iglesia: el oficio de poseer las llaves del Reino de los Cielos, para abrir y cerrar sus puertas, y el oficio de atar y desatar en la tierra para que así quede atado y desatado en el cielo. Esto último conviene explicar como la facultad para establecer o deshacer vínculos entre dos o varias cosas con relación al propósito de la Iglesia, que es la salvación y santificación de los hombres.

 

De lo anterior se desprende que la Iglesia se constituye invenciblemente de la roca –Pedro y sus sucesores- y la asamblea de los fieles y discípulos de Cristo. En contraposición, la Iglesia no existe como fundada por Cristo si se separan estos elementos. Los fieles por su lado no pueden ser Iglesia tal cual la roca sin los fieles o cuando esta se constituye a sí misma como una de las puertas del infierno, cosa que reclama la misma intervención de Cristo.

 

En consecuencia, las puertas del infierno no tienen una beligerancia exclusiva en contra de Pedro, quien no está exento de que su boca y sus actos se conviertan en una puertas del infierno, frente a lo cual Cristo sale a expeler al demonio, quien no se detiene con eso, ya que Cristo advirtió que este había pedido permiso a Dios para zarandear a Pedro como al trigo, y que esa paliza la recibe el apóstol con referencia a la Fe, y es por eso que Cristo mismo ha orado por él –y sus sucesores—para que su fe no falle y se pueda levantar; para que una vez vuelto, confirme en la fe a sus hermanos (Lc. 22, 31-32).

 

Las puertas del infierno buscan prevalecer contra la Iglesia, esto es, como un todo y contra sus constitutivos, Pedro y los fieles; sus relaciones, las acciones de Pedro y las de los fieles en la vida eclesial. Los actos de Pedro al abrir y usar las llaves del Reino de los Cielos y/o al atar y desatar. Los actos de los fieles al ser receptores de los actos de  servicio de Pedro, las relaciones entre ellos, entre los fieles y su vida dentro de la Iglesia.

 

Se deduce entonces que las puertas del infierno buscarán destruir el vínculo entre la roca y los fieles, la congregación en asamblea de los cristianos y las estructuras que para a salvación han sido establecidas por la roca para abrir o cerrar los cielos y apara atar o desatar cosas en la tierra que asimismo quedarán en el cielo.

 

Sin embargo, la frase puertas del infierno tiene forma de contener significados diversos, los cuales es necesario delimitar y eso puede resultar al confrontarse con el discurso mismo de Cristo al referirse a las funciones de la roca sobre la que establecer su Iglesia, contra la cual no prevalecerán.

 

Primeramente Cristo no dijo el  demonio, el mal, el pecado, sus enemigos, el infierno, etc., no prevalecerán contra ella, sino que utilizó las palabras específicas y bien claras las puertas.

 

Para acercarnos a saber el significado correcto, es necesario reconocer que una puerta es un artefacto que sirve para colocarse en el marco de la entrada de un cuarto o un edificio, y que sirve para abrir o cerrar, para entrar o salir. Su naturaleza es la de la función de permitir la entrada y la salida de un cuarto.

 

Si Cristo utilizó la frase “las puertas del infierno” entonces debemos entender que el infierno tiene numerosas y diversas puertas, las cuales deben estar por diversos lugares, que son abiertas y/o cerradas con el propósito fundamental de prevalecer contra la Iglesia.

 

La palabra “prevalecer”, implica que las puertas del infierno desarrollan una lucha constante con ese propósito y también se deduce que antes de la existencia de la Iglesia, las puertas del infierno ya existían, si las vemos como la multiplicidades de pecados por medio de los cuales los hombres se precipitan en el tártaro. En este sentido, la existencia de la Iglesia viene a poner a los operadores de las puertas del infierno en tensión y beligerancia y buscan prevalecer contra la institución de Cristo y se deduce que eso ocurre por la función de la Iglesia de imponerse mediante el ejercicio de su oficio salvador y santificador con sus fieles para evitar que entren por tales puertas.

 

Ahora bien, las puertas del infierno se abren y se cierran con el propósito de dejar salir a los demonios y de que entren los hombres, por una parte y se cierran para no dejar entrar a los demonios y no dejar salir a los hombres que están en vías de perdición y quienes ya han muerto y han entrado al infierno.

 

Aunque Pedro tiene las llaves del Reino de los Cielos, no le fueron dadas las llaves del infierno, sin embargo, con el poder de atar y desatar cosas en la tierra, las cuales quedan atadas o desatadas en el cielo, puede cerrar el paso frente a las puertas del infierno, para impedir el tránsito de los demonios, para impedir el tránsito de los hombres hacia el infierno y lograr que quienes estén en vías de perdición, salgan de tal estado. Cabe señala, sin embargo,  que si los hombres se empeñan en traer a los demonios con su vida de pecado, para que los posean, todo el poder de atar y desatar de los sucesores de Pedro, nada puede hacer, de lo que resulta una economía de la salvación y de la perdición de las almas.

 

Expuesto lo anterior, se sigue saber cuales son las puertas del infierno, por las que salen los demonios por su cuenta y/o invitados por el pecado del hombre y por las que entra el nombre de los vivos que están en vías de perdición; quién las abre, cómo, cuándo y por qué; cómo operan para prevalecer contra la Iglesia.

 

Hay que señala que las palabras del Señor son que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella, de lo cual se puede deducir que la acción de las pertas del infierno con la que pretenden prevalecer es la existencia misma de dichas puertas sobre de la Iglesia, lo cual tendrá lógica si se trata de puertas que son marcos simples, entradas y salidas sin obstáculo que lo impida. En tal caso, las conclusiones serán las mismas que para el caso de puertas que se abren y se cierran, por cuanto la argumentación  se orienta a la instalación de las puertas contra la Iglesia, acción con la cual buscan prevalecer, para que en lugar de ser sacramento de salvación, sea signo visible para la perdición, toda vez que sería entrada hacia el infierno para los hombres, en lugar de entrada hacia la salvación.

 

Este punto de vista, suena más acorde con las palabras de Cristo de que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.

 

Cabe señalar que la palabra “contra” establece la connotación de destrucción, más que de sustitución, de lo cual se deduce que las puertas del infierno buscan destruir a la Iglesia, más que sustituirla, lo cual no niega que la puedan sustituir en el intento de prevalecer, para posteriormente destruirla. En tal caso, las palabras de Cristo de “no prevalecerán”, implican que una vez destruida, Él la resucitará, con lo cual el significado de “no prevalecerán” adquiere una proporción análoga con su propia resurrección.

 

Por la acción de las puertas, es que podemos deducir de qué se trata y por qué Cristo utilizó tal expresión.

 

Dado que Cristo no especifica el número de las puertas, es posible establecer la cantidad y la naturaleza, a partir de la propia prédica de Cristo, de los apóstoles y del Apocalipsis.

 

Desde el punto de vista de la constitución de la Iglesia, hay dos factores, la roca y los fieles. De ello se deducen la posibilidad de cinco fuentes de males, una desde el hombre que tiene el oficio de roca,  otra contra la roca y otra contra los fieles; una más contra el vínculo de la roca con los fieles y una quinta contra la unidad entre los fieles.

 

Desde el punto de vista del principio por el que existe la Iglesia, que es la voluntad de Cristo, existe una fuente de males que se levanta, contra la esencia fundamental que hace que sea la Iglesia de Cristo, y no la de los hombres o la del diablo. Esto es, que aunque la Iglesia sea una institución formada por hombres, su operación, los medios que utiliza y sus fines, deben ser divinos. Cuando prevalece la parte humana, --sus consideraciones, intereses, temores, anhelos, bienestar, prudencia puramente humana, apariencias, etc.-- prevalece una puerta del infierno.

 

Desde el punto de vista del espacio y del tiempo en que se encuentra la Iglesia, se deduce de los factores que la rodean, de lo cual se deduce una fuente de males correspondientes a los entornos de los poderes terrenales de la economía, la política, la cultura,  la sociedad y los gobiernos del mundo.

 

Al analizar la naturaleza de tales fuentes de males contra la Iglesia, podemos concluir que se trata de expresiones globales de los enemigos del alma del hombre: demonio, mundo y carne, que son verdaderas puertas del infierno, que siendo el hombre un ente individual y social, pueden adquirir una constitución tanto de individuos como de grupos que pretenden prevalecer contra la iglesia para destruirla, debido a que hoy en día, la humanidad y, particularmente los fieles y la jerarquía eclesiástica, han hecho del demonio, el mundo y la carne, el centro de sus vidas, y modos de relacionarse unos con otros, hasta darse el fenómeno de que una gran parte de la humanidad se encuentre posesa del demonio por una vida de entrega al estos tres enemigos del alma.

 

De esta consideración se deduce que si en el mismo discurso de Cristo habla de Pedro como la piedra fundamental de su iglesia, por quien ha hablado el Padre, existe una gran posibilidad que las puertas del infierno sean actos de personas tenidas como buenas y ejemplares dentro de la jerarquía eclesiástica, cuando estos sean puramente expresión de intereses humanos, incluso muy legítimos  y, por otra parte  también sean sujetos determinados, desde dentro de la Iglesia y desde fuera de ella, con nombre y apellido, que representan los poderes del infierno que buscarán prevalecer contra para destruirla.

 

¿Existe la posibilidad de que los curas pederastas sean una de tales puertas? Sin lugar a dudas. Por su operación se deduce que las puertas no solamente pueden estar linealmente formadas, sino que las hay por diversos lugares y que unas dan acceso a otras. En este caso, los pederastas son, operativamente, el dispositivo o la palanca de apertura definitiva de todas o al menos de muchas puertas del infierno.

 

Es necesario aclarar que una puerta no es lo mismo que lo que hay detrás de esta, por lo cual, es de hacer notar que las personas y los grupos de poder que puedan representar tales puertas no ostentarán propiamente al infierno que hay detrás de ellos, expresado en un particular venero de pecados, por lo cual existe la gran posibilidad de que tales personas y grupos tengan una imagen de bondad y de gran autoridad. En principio es el acto de impulsar y de poner en escena asuntos netamente humanos para que prevalezcan sobre los divinos, lo que las puede identificar. Tales actos netamente humanos llevan de la mano a todos los pecados y abominaciones que el hombre ha cometido.

 

En el caso que estamos analizando, son puertas del infierno los sujetos con mayor poder por cuyas acciones protegen de un modo o de otro, los intereses de curas, obispos y cardenales que sean  pederastas, homosexuales, bisexuales y que cometan todos los pecados señalados por san Pablo como de quienes no entrarán en el Reino de los Cielos y de las masas que marchen junto con estos por conjunción de intereses, los cuales en un momento determinado estarán, todos, posesos por el demonio.

 

Hay otras puertas del infierno, que son los poderosos tanto del clero, como fuera de este, que se relacionan de algún modo, que operan los intereses de los defraudadores, los avaros, los codiciosos, los ladrones, los soberbios, los mentirosos, los que representan cada uno de los poderes de este mundo, incluyendo los más sutiles, que ostentando ortodoxia en la fe, sirven a tales intereses con el propósito de acumular poder dentro de las estructuras vaticanas. En este caso entran los que encabezan la operación masónica dentro de tales estructuras, quienes por la naturaleza del encargo, deben permanecer en el más riguroso anonimato, libres de toda sospecha al respecto.

 

Desde un punto de vista operativo, el fenómeno de los curas pederastas ha servido para que las estructuras vaticanas hagan una serie de acomodos. Su vida útil no ha acabado, ya que por la naturaleza del fenómeno, da mucho más para que el tablero vaticano –y el de las propias diócesis en el mundo-- se reacomode a fin de que las puertas del infierno, esto es, los operadores sutiles, los libres de toda sospecha, accedan a las posiciones operativas estratégicas, para echar hacia delante las reformas que se vienen sobre la Iglesia.

 

Indudablemente nos encontramos frente a los fenómenos relativos a que si las puertas del infierno prevalecen, como lo proclaman los hechos en torno de los curas pederastas --y particularmente el asunto de Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo--, la Iglesia verdadera será perseguida y proscrita; el momento de la siega habrá llegado, la separación del trigo y la cizaña, por tanto, Cristo mismo la reestablecerá  con el soplo de su parusía.

 

Luis Martin González Guadarrama