Curas pederastas: las puertas del infierno hacia la abominación de la desolación

XV. Legionarios, cómplices de Marcial Maciel

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Introducción
I. El camino ancho y el angosto
II. El sacerdocio de Cristo
III. El sacerdote y los niños
IV. El pecado en general
V. Los pecados que claman justicia al cielo y las abominaciones
VI. El sacerdote y el pecado
VII. La correcta acción del cristiano frente al pecado personal y del prójimo
VIII. El Abuso sexual infantil
IX. Los curas pederastas
X. El pecado de los sacerdotes pederastas y pedófilos
XI. La mentira
XII. La complicidad
XIII. El caso de Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo
XIV. Intentan desvirtuar la lucha del Papa contra pederastas
XV. Legionarios, cómplices de Marcial Maciel
XVI. La abominación de la desolación
XVII. Los mentirosos
XVIII. Las Puertas del Infierno
Conclusiones
Luis González
Orden de Caballeros Crucíferos
Viacrucis de los Caballeros Crucíferos
Cantos Gregorianos
Sueños del fundador de los Crucíferos

XV. Legionarios, cómplices de Marcial Maciel

 

No es necesario demostrar que Marcial Maciel cometió las aberraciones que se le imputaron.

Cabe en este apartado la exposición de varias reflexiones.

 

¿Por qué Maciel nunca reconoció los actos que se le imputaron? Debido a ello hubo personas que incluso lo canonizaban en vida, argumentando el martirio que padecía a manos de sus persecutores.

 

Las posibles respuestas quedan a la imaginación de todos, pero existe el hecho de que quienes se sienten elegidos de Dios para una misión específica como la de fundar una congregación --pudiendo serlo de verdad—pueden ser presas de la tentación de que pueden cometer toda clase de pecados y que Dios se los perdonará, ya que piensan, creen y proclaman, que no pueden ser juzgados por los hombres, quienes deberán tolerar y soslayar sus acciones. Se trata de una tentación del demonio en la que frecuentemente caen todos aquellos que se creen especialmente elegidos de Dios para llevar a cabo algo.

 

Marcial Maciel fundó una congregación que en los hechos se apoderó de la esperanza de los católicos comprometidos, respecto de un ejercito de cruzados que han de venir en los últimos tiempos, de quienes han hablado santos y videntes, entre los cuales resalta San Luis María Gringnon de Montfort, que expone acerca de los apóstoles de los últimos tiempos, quienes sobrepujarán en santidad a todos los demás santos de la cristiandad, tal cual los cedros del Líbano sobrepasan a los pequeños arbustos y quienes contarán con una especial protección de la Virgen María.

 

En este caso, si los Legionarios de Cristo eran esos apóstoles, entonces su fundador, Marcial Maciel era el general de los mismos, por lo cual para los católicos comprometidos ricos y poderosos, era necesario brindarle todo el respaldo. Ciertamente por esto acumularon gran poder y riqueza, a manera de que desde la década de los 80 se les reconocía como “los millonarios de Cristo”.

 

Si el pederasta Marcial Maciel estaba utilizando tal perfil, tuvo siempre la oportunidad de arrepentirse de sus pecados y verdaderamente formar parte de dichos apóstoles guerreros previstos por Luis de Montfort.

 

Si él había sido víctima del abuso sexual de sus familiares y vecinos, como se desprende de varios testimonios y, por ese motivo, en su interior se engendró la compulsión a hacer lo mismo, debía entender que quienes fueron llamados a lo grande tienen grandes dificultades también y, por la misma razón, grandes auxilios de Dios, si se humillan y se lo piden.

 

Si en lugar de haber violado niños que fueron confiados a su cuidado para  su consagración a Dios, hubiera clamado auxilio a Dios en el momento de la tentación, en el momento del peligro de caer en ese pecado, Dios lo habría auxiliado y tal como a Santo Tomás de Aquino, le hubiera impuesto un cinturón de fuego para preservarlo siempre (Sal. 38, 18; 40; 116, 1).

 

Sin embargo, como resultado de una vida alejada de Dios, sin oración ni negación de sí mismo, acomodada con los placeres de este mundo y con hacer siempre su capricho, se eligió a sí mismo, violó a los niños, se llenó de soberbia en su inmundicia y putrefacción; se confirmó como dios creador de su mundo, hijo del diablo que usa de las cosas de Dios para satisfacer sus pecados y determinó para sí el vivir las profundidades de satanás hasta el extremo, con una vida consagrada a la mentira para continuar nutriendo la satisfacción en sus pecados abominables (Eclo. 3, 28; Gn. 3, 5; Jn. 8, 44).

 

En tal estado, cuando ocurrieron las denuncias de sus actos pederastas, con voces apenas audibles en los años 70s y 80s, las cuales fueron creciendo hasta los 90s cuando estallaron con sendas publicaciones en los medios de comunicación, por permisión de Dios para la limpieza de la Iglesia, nuevamente se le presentó la oportunidad de regresar a la casa del Padre.

 

Pudo Marcial Maciel haber narrado públicamente su historia, haber llamado a sus víctimas, que eran sus acusadores --y quienes aún permanecen en silencio--, pedirles perdón, restituirles abundantemente el daño con sendos pagos de dinero a ellos y a sus familias y pudo instituir misiones de legionarios de Cristo para atender a víctimas de pederastas y de denuncia en contra de pederastas y toda clase de abusadores de menores (Lc. 15, 11-32; Mt. 5, 25-26; Lc. 7, 47-48).

 

Aunque con grandes críticas, de ello hubiera obtenido grandes frutos; habría dado un gran testimonio del Evangelio, Dios lo habría perdonado y hubiera encabezado la limpieza de las lacras pederastas en toda la Iglesia.

 

En lugar de ello siempre guardó silencio, parecía que no oía ni hablaba, tal como poseso de demonio sordo y mudo. Ante el mundo parecía solazado en su avaricia y así se mantuvo hasta que el grupo de poder al que apoyaba para suceder en el papado quedó fuera y llegó a la silla de Pedro Benedicto XVI, a quien le había venido atando las manos como cardenal, con intrigas y repartición de dinero y favores en diversas esferas.

 

Dios todavía le dio otra oportunidad y ya como Papa, Benedicto XVI le impuso sendos castigos para que se arrepintiera (Mc. 9, 14, 29; Sal. 10, 3).

 

El Papa todavía tuvo mucha clemencia con Marcial Maciel, ya que lo sentenció con la suspensión ad divinis, esto es, a no ejercer el sacerdocio y retirarse a una vida de penitencia y oración. Para este momento, Maciel ya recibía la sentencia de Cristo para los hipócritas que no tienen sal en sí mismos y su reputación había sido arrojada a la calle para que la pisotearan los hombres (Mt. 5, 13).

 

Aún así, según los testimonios de que se dispone, no dio muestras de arrepentimiento y, a pesar de los dichos de sus encubridores, no existe evidencia de que se haya convertido. Solo Dios sabe si salvó su alma, ya que Cristo cuyo oficio es el de redimir, incluso a los peores, no abandona a nadie, e incluso al que lo entrega y lo niega, en el mismo acto le llama “amigo” y lo mira con ternura, para que tenga la oportunidad de convertirse, pero en este mismo acto tiene la libertad de rechazarlo (Mt. 26, 50; Lc. 22, 61).

 

En cuanto a los obispos mexicanos y extranjeros que encubrieron a Maciel, con conocimiento de causa o por postura institucional, se encuentran en situación de complicidad y con el deber ante la Iglesia de reconocer el error y rectificar. De no hacerlo, quedarán como discípulos de Nicolás Maquiavelo, más no de Cristo.  ¿No escribió que  los príncipes nunca hacen nada mal, así que nunca necesitan pedir perdón?

 

En cuanto a los dirigentes de las congregaciones de Legionarios de Cristo y Regnum Christi, su complicidad es evidente. No hace falta enunciar todos los argumentos para demostrarlo. Queda claro que no denunciaron a Maciel porque algunos conocían al grupo de poder que buscaba el trono de Pedro en El Vaticano, al que Maciel apoyaba. Otros por no perder privilegios de poder dentro de la congregación y otros por comodidad, etc, etc.

 

Los grados de complicidad en el seno de los legionarios van desde la ignorancia culpable hasta la ayuda directa para cometer los pecados y abominaciones, porque hay discípulos de Marcial Maciel hoy en día, muy bien encubiertos, a quienes él inició en sus perversiones y porquerías, y quienes encontrándole placer y gusto, siguen practicando las abominaciones, protegidos por las estructuras que Maciel perfeccionó durante toda su vida y que ellos protegen cuidadosamente.

 

La conducta cristiana de los directivos de los legionarios debió ser, primero, que aquellos que fueron llamados pro Cristo a ejercer un ministerio y se vieron en la circunstancia de pertenecer a esa congregación al darse cuenta de las aberraciones que cometía su fundador, debieron haberlo amonestado en privado, luego con dos testigos y al no hacer caso, exponerlo ante toda la iglesia. Esto lo pudo haber hecho cualquiera de los que supieron de tales abominaciones.

 

Incluso, el deber para con Cristo y su Iglesia establecía la obligación de haberlo denunciado penalmente ante las autoridades y de haber entregado el cuerpo de Marcial Maciel a la posesión demoniaca       como lo estableció san Pablo.

 

Toda vez que ninguno de los directivos de los legionarios que estaban al tanto de los hechos se comportaron como lo ordena Cristo y sus apóstoles, para los casos de pecadores de esta naturaleza, sin lugar a dudas son cómplices de todas y cada una de las abominaciones cometidas por Marcial Maciel, con todas sus agravantes.

 

Tras la muerte de Marcial Maciel, la conducta apropiada de todos los directivos de los legionarios debió ser la renuncia inmediata y el retiro a una vida de oración y penitencia, más cuando observaron que el Papa impuso tal disciplina a su mentor.

 

La omisión de tal acto, solamente proclama el hecho de que tales directivos continuaron cometiendo los mismos pecados por los cuales omitieron denunciar a Marcial Maciel: por la soberbia, codicia, la avaricia y la vanidad, siguen aferrados al poder.

 

Si los directivos no renunciaron, convino entonces extender la orden del Papa de suspenderlos y ordenarles que se recluyan en una vida de oración y penitencia. Asimismo, conforme al catecismo oficial de la Iglesia Católica, que establece que para que un acto sea moralmente bueno, debe serlo la intención, el medio y la finalidad del mismo, conviene que sean eliminados los medios que propiciaron la existencia de las aberraciones cometidas por Marcial Maciel, esto es, todas las estructuras que él fundó y deshacer todas las relaciones entre personas que provienen de tales estructuras.

 

Con tales acciones se cumplirá debidamente la recomendación de Cristo cuando estableció el arrancar de sí –en este caso de la Iglesia-- aquello que le sea ocasión de pecado, y arrojarlo lejos.

 

La misma lógica indica que los nombres de “Legión de Cristo”, “Legionarios”, “Legionarios de Cristo”

se han prostituido por la conducta tanto del autor de dichos nombres, como de sus dirigentes y que no hay manera de que la suciedad con la que están vinculados vaya a desaparecer por disculpas emitidas e incluso por restituciones a posteriori a las víctimas.

 

A dondequiera que vayan y dondequiera que se encuentre una persona con tal credencial, despertará, por naturaleza humana, por insidia del demonio, por ocio, o por cualquier causa, el pensamiento, el sentimiento, el comentario, etc, de la historia de violadores de niños, abusadores, encubridores y toda clase de calificativos, distintos de los que debe tener una persona al servicio de Cristo.

 

El kinder de las nociones de prudencia que enseña la moral cristiana, que enseña Santo Tomás, indica que esos nombres deben desaparecer, lo mismo que las estructuras.

 

Si es puro, honesto y genuino el deseo de servir a Cristo de quienes pertenecer a dichas congregaciones, no tendrán inconveniente en hacerlo en cualquier otro instituto o por su cuenta, ya que el mismo Cristo dijo que el vino nuevo requiere vasijas nuevas y aquel que ame más a los Legionarios de Cristo que a Cristo no es digno de Cristo (Mc. 2, 21-22; Mt. 10, 37-39).

 

Hay quienes argumentan que los legionarios sirven mucho a la iglesia por las ordenaciones que hacen y por su servicio. Los hechos indican que Marcial Maciel y la complicidad de los legionarios han hecho más daño a la iglesia en comparación a los supuestos beneficios. Al sacerdocio es Dios el que llama, no los hombres, quienes por su urgencia de tener sacerdotes pueden equivocarse y ofrecer el ministerio  a pederastas, homosexuales, mujeriegos, codiciosos, avaros, ladrones, mentirosos, borrachos, etc., que quieren seguir con las abominaciones contra natura y al mismo tiempo ejercer el sacerdocio.

 

Estos tales son creadores de mundos con la ciencia del bien y del mal del demonio y engendran a otros peores que ellos (Gn. 3, 4-6; Mt. 23, 15).

 

No hay tal servicio.

 

Se habla de conservar la espiritualidad de “militia militantis”. Sin embargo no se necesita mucho seso ni pericia para saber cuales son las características, valores, condiciones, costumbres y disciplina de una verdadera militia militantis de Cristo.

 

Tales características no las tienen ni las han tenido los Legionarios de Cristo, ya que el fundamento de una militia militantis es la disciplina, el valor, el honor, la resistencia, la capacidad de reacción, etc, etc, cuando están unidas con la verdad de Cristo y su Iglesia, cosa que ha quedado de manifiesto que no han tenido los Legionarios de Cristo, aunque ostenten el nombre de la forma de milicia romana.

 

La permanencia modificada de las estructuras que engendró Marcial  Maciel  no producirá algún bien a la Iglesia; la permanencia de los nombres “Legión de Cristo”, “Legionarios”, “Legionarios de Cristo” están prostituidos y la prudencia indica dejarlos como lo que son: una página negra en la historia de la Iglesia y de la humanidad.

 

Una resolución de fondo del problema, implica aplicar la recomendación de Cristo de cortar de tajo y arrojar lejos de sí, cuando enseñaba acerca de los mandamientos sexto y noveno, que ordenan que el cuerpo y la mente deben estar consagrados totalmente a Dios. Esto aplica para el caso del nombre de  “Legionarios de Cristo” de modo sorprendente, ya que precisamente se relacionan con el encubrimiento de pecados de esa naturaleza cometidos en agravio de lo más sublime del cuerpo de la Iglesia que son los niños (Mt. 5, 29-30).

 

Es necesario desintegrar tales estructuras, tales obediencias, incluso físicamente deben dejar de reunirse las personas bajo dichas denominaciones y encontrar cada quien el camino que le pidan a Dios y que Él  no dejará de proveer a quienes tienen un corazón sincero a su servicio.

 

El problema de los bienes no implica tal, más que en los corazones codiciosos y ambiciosos: deben entregarse a la administración de los obispos en donde se encuentren. Los activos monetarios pueden destinarse a las obras pontificias.

 

Finalmente es necesario informar al resto de la iglesia acerca de dicha desintegración y proclamar el cumplimiento de las recomendaciones evangélicas como principio de acción para la salvación de las almas en este caso. Es necesario establecer las razones de dicha desintegración y una prohibición para el uso dentro de la iglesia de las palabras “legión”, “legionario” o “legionarios”, unidas a la de Cristo y “regnum” unida a “Christi”. Igualmente es necesario destruir el vínculo que haga posible la mención o referencia de un grupo de fieles, de sacerdotes o alguna comunidad religiosa que se señala como “antes legionarios de Cristo”, antes pertenecientes a la “legión de Cristo” o a los “legionarios de Cristo”, o “regnum Christi”.

 

Quien no tenga capacidad de negarse a sí mismo en ello, es responsable de endosar la carga del pecado del escándalo a la Iglesia, sea cardenal, obispo, consagrado, sacerdote, simple fiel, ya que cuando Jesucristo dijo que la sal sin sabor será echada fuera para que sea pisoteada por los hombres, incluyó a toda la sal de que se trate y a todo el sabor salado que debería tener, de modo que si queda algo sin cumplir, según sus disposiciones para este tipo de casos, seguirá siendo pisoteado por los hombres aunque los prelados o los involucrados crean que hayan lo suficiente.

 

Ante la luz de la verdad, en el mundo y en la iglesia nadie creerá que la permanencia o defensa intencional de alguna de las estructuras y de los nombres utilizados por Marcial Maciel para ofender a Dios y a la humanidad en su ser más digno de protección que es la infancia, tenga otro motivo que la codicia, la avaricia, la soberbia, el deseo desordenado y grotesco por el poder.

XVI. La abominación de la desolación...