Curas pederastas: las puertas del infierno hacia la abominación de la desolación

XII. La complicidad

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Introducción
I. El camino ancho y el angosto
II. El sacerdocio de Cristo
III. El sacerdote y los niños
IV. El pecado en general
V. Los pecados que claman justicia al cielo y las abominaciones
VI. El sacerdote y el pecado
VII. La correcta acción del cristiano frente al pecado personal y del prójimo
VIII. El Abuso sexual infantil
IX. Los curas pederastas
X. El pecado de los sacerdotes pederastas y pedófilos
XI. La mentira
XII. La complicidad
XIII. El caso de Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo
XIV. Intentan desvirtuar la lucha del Papa contra pederastas
XV. Legionarios, cómplices de Marcial Maciel
XVI. La abominación de la desolación
XVII. Los mentirosos
XVIII. Las Puertas del Infierno
Conclusiones
Luis González
Orden de Caballeros Crucíferos
Viacrucis de los Caballeros Crucíferos
Cantos Gregorianos
Sueños del fundador de los Crucíferos

XII. La complicidad.

 

La definición más común de complicidad es que se trata de una actitud con la que se muestra que existe conocimiento por parte de dos o más personas de algo que es secreto u oculto para los demás y la cooperación o participación en la comisión de un delito. Asimismo, el cómplice es una persona que sin ser autora de un delito de manera directa, coopera a su perpetración con actos anteriores o simultáneos, aunque no indispensables.

 

Desde una óptica moral, la responsabilidad del cómplice es proporcional con respecto a la relación de autoridad, jerarquía o función que guarda con el perpetrador y con la víctima y con relación al daño que esta sufre. Asimismo, en el caso de los sacerdotes pederastas, si el cómplice es uno o varios fieles, otro sacerdote, el superior de la orden religiosa, el obispo o el cardenal, tienen responsabilidad frente a la Iglesia y frente a Dios.

 

Desde el punto de vista legal, casi todos los códigos penales en el mundo, aplican sanciones a los cómplices de pederastas, cuando han sido denunciados y comprobada su participación.

 

En el caso de la Iglesia Católica, con el escándalo de los sacerdotes y obispos pederastas, ha quedado manifiesta la conducta de los cómplices a través de acciones con el propósito de anteponer tradiciones humanas dejando por un lado el cumplimiento de los mandatos de Dios, haciéndose, con tal hecho receptores de los castigos que impone a quienes le desobedecen y pretenden sustituir sus mandatos con  sus medidas personales.

 

Sin lugar a dudas, la denuncia y la aplicación de sanciones en contra de los curas pederastas, corresponde a dos autoridades claramente diferenciadas por el mismo Cristo: la autoridad civil y la autoridad eclesiástica: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22, 15-21),

 

De aquí se deriva la necesidad de reflexionar sobre la denuncia de los pederastas ante los tribunales civiles, por parte de las víctimas y sus familiares, como por los mismos superiores eclesiásticos para que sean castigados con las penas que las leyes imponen en contra de quienes cometen dicho delito.

 

Esta reflexión es necesaria, ya que se han observado numerosos casos en donde las denuncias solamente se hicieron ante obispos, cardenales y ante la Santa Sede y, en otros casos, solamente ante las autoridades civiles.

 

Es importante el análisis para discernir la obligación ante las víctimas, ante la Iglesia y la sociedad en general, de que sean castigados penalmente por las autoridades civiles quienes cometan tales crímenes, por los diversos deberes que se cumplen con la denuncia, por parte de las víctimas, sus familiares y los miembros del clero en quienes recaiga la responsabilidad de hacerlo.

 

Lo anterior independientemente del perdón que tanto las víctimas como los integrantes de la iglesia tienen obligación de dar a los pederastas, ya que es un mandato expreso de Cristo.

 

Dicha reflexión es necesaria para observar los extremos de lo que Cristo y los apóstoles señalaron y enseñaron con relación a la justicia humana y la divina, los tribunales de Dios y de los hombres, las obligaciones con la autoridad divina y humana, así como de los artilugios de que se valen los que se hacen cómplices para evitar que se cumpla con lo que Dios manda.

 

A continuación se anotan los fundamentos de la conducta del cristiano respecto del asunto.

 

Con relación a la autoridad a la que debe recurrir el cristiano para dirimir controversias, San Pablo hace una exposición bastante clara en la primera carta a los Corintios:

 

“Hermanos: Cuando alguno de ustedes tiene algo contra un hermano, ¿cómo se atreve a llevar el asunto ante los tribunales paganos y no ante los hermanos? ¿No saben que los hermanos van a juzgar al mundo? Y si ustedes van a juzgar al mundo, ¿no son acaso capaces de juzgar esas pequeñeces? ¿No saben que vamos a juzgar a los ángeles? Pues, cuánto más los asuntos de esta vida.

 

Sin embargo, ustedes, cuando tienen que resolver asuntos de esta vida, se los llevan a los que no tienen ninguna autoridad sobre la comunidad cristiana. ¿No les da vergüenza? ¿De modo que no hay entre ustedes ninguna persona competente, que pueda ser juez de ustedes, y van pleitear, hermano contra hermano, ante los infieles? El mismo hecho de que haya pleitos entre ustedes ya es una desgracia. ¿Por qué mejor no soportan la injusticia? ¿Por qué mejor no se dejan robar? Pero no, ustedes son los que hacen injusticias y despojan a los demás, que son sus propios hermanos.

 

¿Acaso no saben que los injustos no tendrán parte en el Reino de Dios? No se engañen: ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores, ni los estafadores tendrán parte en el Reino de Dios.

 

Y eso eran algunos de ustedes. Pero han sido lavados, consagrados y justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por medio del Espíritu de nuestro Dios”  (1 Cor. 6, 1-11).

 

En la Epístola del Apóstol San Pablo a los Romanos, se encuentra el sentido positivo de someterse a las autoridades:

 

“Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos.

Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo.

Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia. Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra” (Rm. 13, 1-7).

 

Es necesario agregar lo que se señala en torno del “escándalo”, ya que el concepto ha sido frecuentemente socorrido por los que se han hecho cómplices de los pederastas.

 

Jesús llama la atención sobre la gravedad del escándalo de aquellos que apartan a los demás de la fe:

 

"Al que escandalice a uno de esos pequeños que creen en mí, más le convendría que le colgasen al cuello una rueda de molino y lo sepultaran en el fondo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos! Porque es irremediable que sucedan escándalos, pero ¡ay del hombre por quien viene el escándalo!" (Mt 18, 6-7).

 

Hasta el fin del mundo habrá escándalo; pero los que dan escándalo serán castigados con penas terribles (Mt 13, 41; Lc 17, 1).

 

Con la palabra escándalo se designa en la Biblia, en sentido literal, a la piedra, lazo o trampa, etc., que se le pone al ciego o al caminante para que tropiece (Lv. 19, 14; Sal. I40. 9);  pero se usa sobre todo con sentido moral.

 

Según Santo Tomás, se da escándalo cuando alguien con palabras o hechos moralmente menos rectos es ocasión de ruina espiritual para otro o le induce de algún modo a pecar (Cfr. Suma Teológica II-II, q. 43 a. 1).

 

Es siempre especialmente grave el pecado del que directamente se propone hacer pecar a los demás (escándalo diabólico). En cambio no hay obligación de evitar aquel tipo de escándalo que procede exclusivamente de la malicia del que se dice escandalizado (escándalo farisaico). Los fariseos se escandalizaban de la conducta de Jesús y de sus discípulos.

(ver: http://www.mercaba.org/EDUCADOR/tema_38_quinto_mandamiento.htm)

 

Los santos padres, los papas y obispos han hablado muchas veces del pecado de escándalo. El papa Pablo VI, como los papas anteriores, han denunciado el escándalo de la pornografía, los espectáculos inmorales, la literatura que corrompe la fe o las costumbres, las diversiones pecaminosas, etc. Quien comete pecados de escándalo tiene el deber de hacer lo que está de su parte por reparar el mal que hizo con su conducta.

 

En el primer señalamiento de san Pablo, se refiere claramente a controversias entre los cristianos, que requieren de un juez que las dirima y aunque hace referencia al hecho de que tienen que ver con acciones detestables de los propios cristianos, como lo es el despojo de unos contra otros, la gravedad de los actos puede ser determinada y sancionada por una autoridad eclesiástica.

 

En el segundo señalamiento se refiere claramente al cumplimiento de las leyes de las naciones, a las autoridades que las emiten y las que son encargadas de su cumplimiento.

 

Aunque lo ordenado por Cristo se encuentra muy bien aclarado por san Pablo, son numerosos los fieles, sacerdotes y prelados que tergiversan el sentido de lo señalado con el propósito de “no generar  escándalo”.

 

Por esta razón es conveniente la explicación que se anotó, respecto del escándalo desde el punto de vista bíblico.

 

Ya que la semilla de los pederastas es la iniquidad, los que contribuyeron a que las denuncias de las víctimas quedaran ocultas en los pasillos y oficinas de diócesis y arquidiócesis, incluyendo a las oficinas del mismo Vaticano, “para no escandalizar”, son cómplices del crimen cometido.

 

En el caso del Vaticano, quedó clara la actuación del entonces Cardenal Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI para sancionar a los curas pederastas, aún en el marco y temporalidad de la sucesión papal, que en el marco de la política vaticana implica años antes y después. Su acción quedó manifiesta, ya como Papa, con las sanciones que impuso a Marcial Maciel en vida, y la intervención mediante delegado pontificio a la congregación de los Legionarios de Cristo, cuya estructura de gobierno fue señalada como cómplices de Maciel, así como las renuncias de obispos y aplicación de sanciones a curas pederastas de todo el mundo.

 

Paralelamente fue hasta que periodistas de todo el mundo empezaron a exponer públicamente las historias de las víctimas y el clamor generalizado de indignación que se dio a conocer el trabajo que el Papa venía realizando para limpiar a la iglesia de estas lacras.

 

Un factor casi imperceptible para el mundo pero fundamental para El Vaticano, lo representa el hecho de que aunque la Iglesia es una jerarquía, una monarquía, existen grupos de poder en su interior, que tienen diversos puntos de vista e intereses, que no necesariamente concuerdan con los del Papa.

 

Aún así, Benedicto XVI ha hecho imperar la doctrina correcta al respecto y aplicado las medidas necesarias para la limpieza de la Iglesia. Ello ha contribuido a poner luz ante el mundo, de la diversidad que existe en los grupos de cardenales y sus intereses, aún las acciones que podrían considerarse como de complicidad.

 

Por ejemplo, un grupo cardenales difundió la idea de que las denuncias contra sacerdotes pederastas y por la aparente inactividad del Papa o su actuación como Prefecto para la Sagrada Congregación de la Fe, formaban parte de un ataque mundial y una conspiración en contra de la Iglesia.

 

Eso quedó desmentido por el propio Benedicto XVI, cuando en una reunión con periodistas con quienes ratificó ninguna tolerancia a pederastas, a propósito de una visita pastoral a Portugal en abril de 2010, dijo que "la mayor persecución, la más grande" de la Iglesia no viene de enemigos de fuera, "nace del pecado de la Iglesia" y que "la Iglesia tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender el perdón, pero también la necesidad de justicia, ya que el perdón no sustituye a la justicia".

 

Queda claro que las víctimas no solamente quieren una petición de perdón, sino la restitución del daño y que quienes han realizado el ataque mundial contra la Iglesia son los propios curas y obispos, con sus pecados y complicidades.

 

Sin lugar a dudas, quedó claro que el  Papa atajó al grupo de obispos y cardenales interesado en hacer creer que la prensa lo ataca sin ton ni son y evitó que se generase  una espiral de reacciones en ese sentido.

 

Queda claro también el servicio que la prensa internacional hizo a la Iglesia al denunciar con todo rigor el mal que la corroe y los mensajes del Papa en el sentido de que los pederastas deben restituir el daño.

 

De esta forma se separan las dos vertientes que se relacionan con el fenómeno de los curas pederastas, los cómplices amigos de no generar “escándalo”, entendiendo escándalo como la simple divulgación de un hecho escandaloso y quienes con el Papa quieren la renovación de la Iglesia.

 

Cabe señalar que Benedicto XVI destapó gran número de casos de abuso sexual. Desde cardenal se propuso sanear esta situación y lo ha demostrado en cantidad de actos de gobierno, documentos, directrices, cartas abiertas a los obispos y solicitudes públicas de perdón. En cuatro ocasiones (Alemania, EE.UU., Malta y Roma) se ha reunido con víctimas de abuso, manifestándoles su pesar, su solidaridad y reconocimiento por su valentía al haber denunciado. La decisión de Benedicto XVI es que todo se ventile para bien de la Iglesia.

 

Asimismo Mons. Charles Scicluna, Promotor de Justicia de la Congregación para la Doctrina de la Fe, quien podría ser considerado el fiscal general de la Iglesia para los casos de abuso sexual, ha logrado recopilar, en 50 años, 3.000 casos de delitos de este tipo.

 

Si bien queda de manifiesto la acción del Papa en contra de los pederastas, también se manifiestan las acciones de complicidad de quienes rodearon a los curas pederastas. Se dividen en dos: aquellos que no hicieron algo y los que hicieron algo para acallar las denuncias. Estos pudieron estar en torno de los victimarios o ser responsables de conocer de tales denuncias y de realizar procedimientos de investigación para determinar la veracidad de las mismas para aplicar sanciones y/o determinar las sanciones.

 

En sentido amplio, el grado de responsabilidad y culpa, es proporcional al acto moral omitido y/o realizado cuyo efecto redundó en encubrir al perpetrador y/o defenderlo.

 

Aquí, las acciones a realizar por aquellos que se digan cristianos, se fundan en lo que el mismo Cristo mandó:

 

“Si tu hermano comete una falta, ve y repréndele a solas tú con él, si te escucha habrás ganado a tu hermano; si no te escucha, toma contigo todavía uno o dos, para que por la palabra de dos o tres testigos sea fallada toda causa. Si los desoye a ellos, díselo a la Iglesia; y si a la Iglesia  desoye, tenlo como gentil y publicano. En verdad os digo que lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo; y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. También os aseguro que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, la obtendrán de mi Padre celestial. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18, 15-20).

 

 

San Pablo explica cómo debe ser la separación respecto de aquellos a quienes hay que tener por gentiles y publicanos:

 

 

“Al escribiros en mi carta que no os relacionarais con los impuros, no me refería a los impuros de este mundo, en general  o a los avaros, a ladrones o idólatras. De ser así, tendríamos que salir del mundo. ¡No!, os escribí que no os relacionarais con quien, llamándose hermano, es impuro, avaro, idólatra, ultrajador, borracho o ladrón. Con esos, ¡ni comer!  Pues ¿por qué voy  a juzgar yo a los de fuera? ¿No es a los de dentro a los que vosotros juzgáis? A los de fuera Dios los juzgará. ¡Arrojad de entre vosotros al malvado!” (I Cor. 5, 9-13)

 

El apóstol San Juan lo reitera:

 

“Todo el que se excede y no permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios (...) si alguno viene a vosotros y no es portador de esta doctrina  no lo recibáis en casa ni lo saludéis, pues el que le saluda se hace solidario de sus malas obras” (2 Jn. 9-11)

 

Existe referencia de la acción de entregar al demonio el cuerpo del que no quiere corregirse. San Pablo es quien aplicó tales medidas:

 

“Sólo se oye hablar de inmoralidad entre vosotros, y una inmoralidad tal que no se da ni entre los gentiles, hasta el punto que uno de vosotros vive con la mujer de su padre. Y, ¡vosotros andáis tan hinchados! Y no habéis hecho más bien duelo para que fuera expulsado de entre vosotros el autor de semejante acción. Pues bien, yo por mi parte, corporalmente ausente, pero presente en espíritu, he juzgado ya, como si me hallara presente al que así obró: que en nombre del Señor Jesús, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de Jesús Señor nuestro, sea entregado ese individuo a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu se salve en el día del Señor” (1 Cor. 1-5).

 

Asimismo, existe otra referencia, en la cual exhorta a Timoteo a mantener la firmeza y la determinación en el combate por Cristo, con una fe y conciencia recta, advirtiendo que quienes han rechazado hacerlo de esta manera, no evitaron naufragar en la fe y se volvieron blasfemos:

 

“...entre estos están Himeneo y Alejandro a quienes entregué a Satanás para que aprendiesen a no blasfemar” (1 Tim. 1, 18-20).

 

En este sentido, el acto de denunciar ante tribunales civiles para la aplicación de penas corporales, como lo es la privación de la libertad, a los curas pederastas y sus cómplices, aplica como un acto de caridad.

 

Visto desde el extremo de una contraposición, en el capítulo 10 del Evangelio de Mateo se anota un elemento que permite determinar:

 

“El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa" (Mt. 10, 41-42).

 

Al confrontar las acciones, quien ayudó a un pecador a cometer su pecado, más tratándose de un sacerdote, esto es un profeta que utiliza su oficio para pecar, merecerá un castigo igual al de aquel del que se hizo cómplice.

 

El cómplice comete todos los pecados del perpetrador, más el pecado de la razón personal por la que lo haga. Además, si es el cómplice es otro sacerdote o un obispo, se agregan las responsabilidades de utilizar sus investiduras de modo contrario a lo que Cristo y prescribe, para servir al demonio. A todo ello se le agrega la responsabilidad del daño cometido al menor, que es el mismo Cristo. También el daño del escándalo. El pecado contra el Espíritu Santo. Pecados en contra de cada uno de los 10 mandamientos de la Ley de Dios y por todos los sacrilegios, los del victimario y los propios.

 

Aquí es necesario subrayar que el modus operandi de los cómplices se sustenta en la mentira, sobre cuya base se levanta toda una construcción pecaminosa que convierte a sus operarios en verdaderos maestros del mentir y del procurar, generar, manipular, propiciar, dirigir, corregir, etc, acciones, pensamientos, situaciones, relaciones entre personas, con la finalidad de producir hechos deseados o alcanzar objetivos. Esto lo hacen indistintamente tanto para cometer los pecados, como para afrontar cualquier situación de la vida. Es su modo de vida, en cuyo curso, descienden a las profundidades de satanás, se comportan con él y se hacen sus hijos, poseso pasivos del diablo.

 

Hay que aclarar que la posesión pasiva consiste en que el demonio realmente se ha introducido en el cuerpo de una persona, debido a que lo ha venido imitando durante mucho tiempo en el ejercicio, en este caso, de la mentira como forma de obtener lo que quieren. No se manifiesta con vomito verde, voces pavorosas, contorsiones horribles y manejo de lenguas diversas, sino en el más puro ejercicio de la naturaleza del demonio, que es la mentira.

 

El demonio provee a estos sus hijos de la fascinación necesaria, de la complacencia en sí mismos, del triunfo en sus empresas y de todo lo necesario para que expandan su ciencia del mentir.

 

De esta suerte, el fenómeno de los pederastas en la Iglesia significa no solamente a unos victimarios y a unas víctimas del crimen, sino la existencia y consolidación de una forma de vida sustentada en la mentira, el pecado y la vivencia y complacencia en todas las abominaciones bajo la investidura sacerdotal, la vida en posesión diabólica, posesos administrando los sacramentos de Cristo, sin duda una casta maldita de aquellos que configuran a la gran prostituta que monta por breve tiempo a la bestia que surge del mar, de la que se narra en el libro del Apocalipsis del apóstol san Juan.

XIII. El caso de Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo...