Curas pederastas: las puertas del infierno hacia la abominación de la desolación

XI. La mentira

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Introducción
I. El camino ancho y el angosto
II. El sacerdocio de Cristo
III. El sacerdote y los niños
IV. El pecado en general
V. Los pecados que claman justicia al cielo y las abominaciones
VI. El sacerdote y el pecado
VII. La correcta acción del cristiano frente al pecado personal y del prójimo
VIII. El Abuso sexual infantil
IX. Los curas pederastas
X. El pecado de los sacerdotes pederastas y pedófilos
XI. La mentira
XII. La complicidad
XIII. El caso de Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo
XIV. Intentan desvirtuar la lucha del Papa contra pederastas
XV. Legionarios, cómplices de Marcial Maciel
XVI. La abominación de la desolación
XVII. Los mentirosos
XVIII. Las Puertas del Infierno
Conclusiones
Luis González
Orden de Caballeros Crucíferos
Viacrucis de los Caballeros Crucíferos
Cantos Gregorianos
Sueños del fundador de los Crucíferos

XI. La mentira

 

En este apartado conviene tomar la exposición que respecto de la mentira  hicimos en “Los Hijos del Diablo”.

 

Sin lugar a dudas, el principal trabajo del demonio es la gestación de sus hijos en la mentira, cuya pedagogía constituye lo que se denomina “las profundidades de satanás”  (Apoc. 2, 24). Con esta engendra su linaje, porque es el fundamento de todo pecado y de todo su reino.

 

¿Qué es la mentira? Es el acto por el que la voluntad de un sujeto que conoce la verdad, la rechaza, se opone a ella y crea una concepción particular acerca de la realidad a la que corresponde la verdad o acepta para sí la existente el error acerca de un objeto, hecho o fenómeno. Asume al error con la fuerza que corresponde a la verdad. Con este acto transforma su naturaleza en la de mentiroso, realiza el mismo acto del padre de la mentira y se convierte en su hijo.

 

San Agustín establece ocho categorías de mentira, las cuales analiza Santo Tomás

 

1.- Mentir en la doctrina sagrada

2.- Mentira inútil para todos y nociva para algunos en concreto    

3.- La que aprovecha a uno y daña a otros

4.- La inspirada por el simple placer de mentir y engañar

5.- Mentira para recrear

6.- La que a nadie daña pero sirve a alguno para salvaguardar sus bienes

7.- La que ayuda a uno a salvar su vida sin perjuicio de nadie

8.- La que sin perjuicio de nadie libra a alguno de manchar la virtud

 

En estas ocho clases de mentiras, al mentir va disminuyendo la gravedad del pecado, según se acercan a la forma octava y viceversa.

 

Una cosa es mentir y otra ocultar la verdad. Nunca se debe mentir, aunque se tenga la necesidad moral de ocultar la verdad. La mentira, aún leve, es pecado y tiene por padre al demonio. Así, miente quien niega la verdad a quien tiene derecho de saberla. Asimismo, ninguno está obligado a revelar una verdad a quien no tiene derecho de conocerla.

 

En filosofía cristiana son posibles y aceptadas dos nociones de mentira: la de la negación de la verdad, sin más; y la de la negación de la verdad al que tiene derecho de saberla. Tanto una como otra definición se apoyan en los mismos datos ontológico-morales. La primera admite las restricciones mentales. En el segundo caso, cuando uno pregunta sin derecho, se le puede contestar cualquier cosa; pues a su indiscreción, en preguntar lo que no debe, se le puede oponer nuestra discreción en no responderle.

 

De suyo el interlocutor tiene derecho a la verdad. Es la base de las relaciones humanas. Hay, sin embargo, casos en los que es necesario ocultar la verdad a quien no tiene derecho de saberla.

 

La malicia de la falta de veracidad es algo patente. Incluso los que mienten repudian que se utilice contra ellos la mentira. El prójimo tiene derecho a saber la verdad, pero como se dijo, no tiene derecho --salvo casos excepcionales-- a que se le revele aquello que puede ser materia de legítima reserva, ya que ocultar la verdad es lícito cuando existe causa proporcionada.

 

En general: “La mentira perturba el orden social y la pacífica convivencia entre los hombres. Sin la mutua confianza, fundada en la verdad, no es posible la sociedad humana” (Teología Moral para seglares. Antonio Royo Marín, O.P.: 1,  2, III, Núm 792, 3, c. Ed. BAC.Madrid).

 

La mentira hace posible el reino del demonio en las relaciones de los hombres.

 

Para definir a la mentira, es necesario saber que es la verdad y el error. ¿Que es la verdad? Con relación al conocimiento de las cosas, fenómenos y hechos, la verdad lógica, tomada en sentido concreto, es el conocimiento mismo en cuanto conforme  con el objeto o la cosa que representa. Tomada de manera abstracta, es: “la ecuación o la conformidad del pensamiento con la cosa conocida. En efecto, se puede decir que se sabe verdaderamente una cosa, o una parte de una cosa, cuando existe tal como se le piensa”. (D. Barbedette, P.S.S. Op. Cit. P. 11-12).

 

El error es la falta de conformidad entre el juicio y el objeto juzgado. En este sentido, no hay error o verdad, sino en el juicio. El error no se asienta en la aprehensión de los sentidos, los cuales en todo caso son objeto de ilusiones, las cuales producen ocasiones de falsos juicios. El error no es una verdad incompleta; su origen se ubica en una falla en la mente y en la voluntad del hombre. El error no se produce sin algún movimiento desordenado de la voluntad.

 

“... la voluntad más o menos libre (el trabajo de investigación, la verdad misma y las exigencias de la moral influyen sobre la libertad), provoca el asentimiento del espíritu, antes de que este haya examinado la cuestión bajo todos sus aspectos, y adquirido una clara percepción de la verdad”. (D. Barbedette, expone a Santo Tomas. Op. Cit. P. 17).

 

“El entendimiento, de suyo está hecho para entender; si juzga mal, no ha entendido lo suficiente. La causa... es la inconsideración que también se llama precipitación... El mayor desarreglo del espíritu es creer las cosas tal como se quiere que sean, y no porque se haya visto que así son en efecto” (D. Barbedette, cita a Bossuet. De la connais. De Dieu, I, cap. 16. Op. Cit. P. 17).

 

Existen cinco fuentes del error. Primero: las inclinaciones naturales del hombre, que lo inducen a juzgar según sus sentidos, según sus afectos y según sus disposiciones intelectuales. Segundo: los defectos, los temperamentos y las pasiones del individuo. La razón se obstaculiza de tres maneras respecto de los gozos sensibles, se distrae, oscurece y paraliza. Tercero: los prejuicios sociales que provienen del trato diario. Se presentan por el engaño de las palabras y por el contagio de opiniones y prejuicios extendidos en tal país, comunidad, grupo social o época. Cuarto: ideas sin fundamento tenidas como conocimiento en una época o lugar determinados. Quinto: la ignorancia y el desprecio por aquello que no gusta al sujeto, le ocasiona pesadez y molestia siquiera pensar en reconocer su error.

 

El Ser  que existe por sí mismo es Dios y los seres distintos de Dios existen por el acto creador de Dios. La verdad existe en Dios y es la segunda Persona de la Santísima Trinidad; es Dios (Jn. 14, 6). La verdad y el ser son una misma cosa y de la misma naturaleza.

 

Asimismo, la verdad existe en las creaturas con relación a su inteligencia, ya que la verdad es el objeto de la inteligencia; conocer la realidad y formarse de esta una imagen  intelectual fiel, esta es la verdad. La inteligencia propone la verdad a la voluntad y esta asiente y la considera amable, y se adhiere a ella, la ama.

 

El acto por el cual la inteligencia reconoce la verdad se llama certeza, que es la adhesión firme del espíritu frente a la verdad conocida (D. Barbedette. Op. Cit. P. 26).

 

El objeto supremo de la inteligencia creada es conocer a Dios, lo cual en este mundo implica la función que es la virtud de la fe, que es la más elevada función que puede desarrollar la inteligencia en este mundo.

 

En el fenómeno de la mentira, el error puede o no existir en la inteligencia, como datos e informaciones respecto de la cosa o fenómeno del que procede como hecho intelectual. Lo que existe en el sujeto mentiroso ocurre en su voluntad, puede existir el amor por la mentira conocida y/o el amor por el beneficio,  satisfacción o complacencia que esta le reporta.

 

Puede o no existir el conocimiento de la mentira y este puede ser o no profundo; puede existir o no el amor y apego de la voluntad a la mentira, pero siempre existirá el amor por el beneficio que le reporta.

 

En este sentido, mientras que con relación a la verdad existe en la inteligencia la certeza del conocimiento que le corresponde, con relación a la mentira la actividad de la inteligencia es la de un ejercicio de operaciones para su formulación y, el asentimiento firme del espíritu,  es orientado, por la voluntad, a la verdad que existe en la relación que se da entre las operaciones intelectuales que formulan la mentira y el hecho acerca del cual se va a mentir.

 

Esto es, en la inteligencia se generan operaciones para confirmar la verdad, pero no con relación a la realidad, sino con relación a la distorsión de la realidad que la voluntad manda. En consecuencia, formulada la mentira y revisadas las informaciones y las operaciones intelectuales que le preceden, con relación al hecho que se pretende hacer pasar por verdad y, confrontadas con la realidad que se busca distorsionar o bien ocultar, resalta la verdad de su conformidad con su objeto. De allí que para dar origen a la mentira, la voluntad del sujeto prostituye a su inteligencia.

 

La mentira por tanto, se constituye de la siguiente manera, en la que siempre la voluntad se adhiere al error, como si fuera la verdad:

 

1.- Conociendo la verdad de una cosa, el sujeto la guarda para sí, pero emite ante otro el error, por convenir a sus intereses.

 

2.- Conociendo la verdad de una cosa, el sujeto la repudia por no agradarle, por no responder a sus intereses personales, y formula el error el cual asume para sí, con la fuerza de la verdad y así la emite ante otro sujeto.

 

3.- Conociendo el error que se dice acerca de una cosa, investigando la verdad, mantiene el error, por no gustarle la verdad por contravenir a sus intereses.

 

4.- Escuchando lo que se dice que es verdad, sospechando que puede haber error, omite investigar con los medios que tenga a su alcance si es cierto.

 

5.-  Teniendo los medios para conocer la verdad, por convenir a sus intereses omite tal acto y se mantiene en el error.

 

6.- Teniendo los medios para conocer la verdad, por convenir a sus intereses,  afirma para sí la intención de conocerla y durante un lapso mantiene el error, por convenir así a sus intereses y posteriormente realiza el acto para conocer la verdad, cuando convenga a sus intereses.

 

7.- Conociendo que algo es error y pudiendo remediarlo, no lo hace, por convenir así a sus intereses, pero en privado manifiesta su desacuerdo con el error.

 

8.- Conociendo, aceptando y/o proclamando la verdad, acepta alguna clase de beneficio con el error.

 

9.-  Calificando la verdad sin examen honesto previo como si fuera el error.

 

10.- Mezclando verdades y errores por convenir así a sus intereses.

 

11.- Sosteniendo toda clase de mentiras para ser tenido en alta estima por los hombres.

 

12.- Utilizado la verdad o partes de la verdad con el propósito de inducir a otro a la mentira.

 

13.- Proclamando que lo bueno es malo y lo malo bueno. El acto de mentira suprema consiste en atribuir a Dios lo que viene del diablo, y al diablo lo que viene de Dios.

 

Con la mentira el sujeto activo puede buscar su beneficio, el beneficio y/o el perjuicio de otro. Tales variables producen el mismo efecto de convertir al sujeto en hijo del diablo.

 

La mentira que formula el sujeto, no es un ente intelectual que se quede atrapado en su cerebro, sino que completa su ciclo cuando le comunica, ya que provee, de esta manera, de un testimonio, esto es, que ha sido expresada al que la escucha, por otro, con lo cual tal comunicación se reviste de una autoridad moral, con relación al beneficio real o aparente que el que escucha obtenga o crea que puede obtener.

 

Pero la mentira no es un ente estático, sino que para que reporte algún beneficio  temporal para el mentiroso, su existencia requiere de un desarrollo y de una evolución cuyo crecimiento es exponencial. Una vez que el sujeto miente una vez, para sostener la primera mentira se le hace necesario que esa primera mentira crezca, esto es, volver a mentir sobre la misma especie, pero con mayor gravedad, y/o agregar mentiras cuyo principal constituyente sea distinto de la primera mentira que se trata de sostener y así sucesivamente.

 

Tal práctica a lo largo del tiempo y de los años produce en el sujeto el hábito regular de mentir y lo convierte en un experto mentiroso.

 

En este proceso, el sujeto se vale de los estados de la inteligencia respecto de la verdad: la ignorancia, la duda, la opinión y la certeza. También de la inclinación de las personas a creer que los parecidos o semejantes son o pueden pertenecer a una misma especie. Esto aplica a hechos, dichos y cosas. Aunque el mentiroso desconozca tales conceptos, su camino por la mentira, le brinda la experiencia para discernir vivencialmente sus significados y significantes y aprovecharse de estos.

 

Por lo anterior es imposible que un sujeto que no ame la mentira esté en condición de reprobación o que se encuentre en el caso de los pecadores superlativos. Para ello tiene que ser un mentiroso. Nadie puede ser hijo del diablo sin amar y vivir con y para la mentira.

 

Por tales motivos es que Cristo es tajante al señalar que hay que decir sí, cuando es sí, y no cuando es no, porque todo lo que salga de esta regla proviene del diablo. No por sostener y jurar  una mentira, por eso se volverá verdad.

 

“...tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro. Sea vuestro lenguaje: Sí, sí; no, no: que lo  que pasa de aquí, viene del maligno” (Mt. 5, 36-37).

 

Por el camino de la mentira, la filiación diabólica es una consecuencia ineludible, y esto el mismo Cristo lo confirma, luego de haber curado a un endemoniado ciego y mudo:

 

“...Este no expulsa a los demonios más que por Beelzebul, príncipe de los demonios”... “...el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás, y será reo de pecado eterno” (Mt. 12, 24; Mc. 3, 29)

 

Cuando explica el modo en que la verdad hace libres a los hombres y como esta viene de Dios, Cristo establece que la relación de filiación de los mentirosos con el diablo y como estos son opuestos a la verdad que viene de Dios.

 

“Vosotros sois hijos del diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. él fue homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, pues no hay verdad en él. Cuando dice mentira, habla de su propia naturaleza;  porque es mentiroso y padre de la mentira” (Jn. 8, 44).

 

Esta filiación no es un simple calificativo, sino una realidad que proviene de la invitación que el diablo hizo al hombre en el paraíso terrenal:

 

“Es que Dios sabe muy bien que el día  en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y series como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gn. 3, 5).

 

Como padre de la mentira, el diablo tiene su propia ciencia y conocimiento  del bien y del mal, a la que se aviene el sujeto a través de la desobediencia contra Dios y al recibir su consecuencia, que es la muerte, con ello se les abren los ojos para el pecado, el demonio y su ciencia; son las obras del diablo y son las obras que quieren hacer los hijos del diablo.

 

Cristo advierte acerca de los hijos del diablo en el momento en que se establecen en la mentira superlativa, la suma del pecado, que consiste en atribuir la obra de Dios al diablo y establecerse a sí mismo y  su acto como venidos de Dios. Utilizando las cosas de Dios para sus fines personales  definitivamente se constituyen  “como dios”, haciendo creer que se trata de Dios  (Jn. 8, 41b; 47-52; Gn. 3, 5).

 

Con esta manipulación, el hijo del diablo se revela como conocedor de la ciencia del bien y del mal del demonio (Gn. 3, 5), cuyo fundamento, la mentira, sostiene que todo lo malo proviene de Dios y lo bueno es él mismo,  el pecado y la muerte. En el descenso por las profundidades del satanás, la graduación como hijo del diablo aplica en el acto en que se repite el constituirse como dios, esto es, creer y hacer creer que sus actos vienen de Dios, pero del dios que es él mismo, el “como dios”. Por esto los hijos del diablo quieren hacer las obras de su padre: destruir la verdad, imponer la mentira y el homicidio contra Cristo y los de Cristo, en aras de un cristo que no es el mismo crucificado, sino el que a su gusto cada uno lleva dentro.

 

Cristo advierte acerca de la simiente de la serpiente, los hijos del diablo, linaje con el cual Dios estableció una enemistad congénita respecto de los hijos de María y de la Iglesia, hermanos de Cristo, linaje al que aplastará la cabeza (Gn. 3, 15). Lo señala cuando realiza el acto análogo al de la serpiente, cuando expresó su engaño al hombre. Se trata de los hijos de aquella serpiente maldita.

 

María Valtorta, una monja a quien Dios le hizo ver y oír, como si fuera una película, día por día, la vida de Jesús, explica el fenómeno de este tipo de posesión satánica, de quienes son hijos del diablo, en una conversación atribuida a Jesús con San Pedro, cuyo contenido no se contrapone y explana lo que hemos analizado hasta aquí.

 

“...Yo tengo miedo a los endemoniados –dice Pedro al Señor--, pienso que si Satanás se apoderó de ellos de ese modo, debieron haber sido muy malos. Pero... el hombre puede caer en sus garras sin saberlo. Por el contrario, los que sin estar poseídos se comportan como lo hacen, con toda su inteligencia... ¡Oh! No los vencerás jamás, puesto que no los quieres castigar. Ellos... te vencerán...” (...) “...¿y crees que ellos no están poseídos? –responde Jesús--¿Crees que para serlo hay que ser como el de Caliroe y otros que hemos encontrado? ¿Crees que la obsesión se manifiesta sólo con gritos de loco, con brincos y furia, manía de vivir en cuevas, mutismo, con miembros que no se mueven, con la inteligencia entorpecida, de modo que lo que dice y hace el obseso, lo realice inconscientemente? No. Existen otras obsesiones mucho más sutiles y fuertes, y más peligrosas porque no estorban, ni impiden el uso de la razón para hacer cosas buenas, pero sí le dan fuerzas, mejor dicho, la aumentan para que sea más poderosa en servir a quien es su dueño. Cuando Dios se apodera de una inteligencia y la emplea para su servicio, transfunde en ella, en las horas en las que está a su servicio, una inteligencia sobrenatural que aumenta muchísimo a la natural del sujeto...” (...) “...La creatura, que de su parte pone solo su buena voluntad para amar totalmente a su Dios, que se entrega a sus deseos, que practica las  virtudes y domeña sus pasiones, Dios la toma para sí, y la luz que es Él, en la sabiduría que es Él, ve todo y lo comprende todo. Después que termina la intervención divina se produce en la creatura un estado en el que lo recibido se transforma en norma de vida y en medio de santificación, pero se vuelve oscuro, mejor dicho, como crepúsculo, lo que antes era muy claro. El demonio, perpetuo mono que arremeda a Dios, produce un efecto semejante en la inteligencia de sus poseídos, aunque en forma limitada, porque sólo Dios es infinito; en los posesos que tiene y que voluntariamente se le han entregado para triunfar, y les comunica su inteligencia superior con la única condición  de que se dirija sólo al mal, a hacer daño, a ofender a Dios y al hombre. La acción satánica al encontrar  en el alma consentimiento, prosigue, y poco a poco llega al total conocimiento del mal. Estas son las peores posesiones. No se ve nada al exterior, y por eso no se huye de ellos como si estuvieran poseídos. Pero sí lo están. Como lo he dicho muchas veces, el Hijo del Hombre será el blanco de esta clase de poseídos”  (El Hombre-Dios. María Valtorta. Volumen Noveno. El tercer año de la vida pública. (Cuarta Parte).Centro Editoriale Valtortiano. Italia 1989. Pp. 445-446).

 

Los mentirosos son posesos del diablo.

 

De ordinario, la acción del demonio respecto de quienes se le han entregado y en cuyo interior mora, es la de la inteligencia diabólica, que les brinda su pedagogía de la mentira, y les da a conocer sus profundidades, con el propósito de que se complazcan y hagan de su pecado, el objeto de la complacencia de sus vidas.

 

Este vínculo es el que prefiere el demonio, ya que sus hijos participan de su esencia del pecado únicamente y, por ello, se encarga de llevar al éxito todos sus negocios y planes, con la permisión de Dios. El demonio prefiere a estos, más que a aquellos que lo buscan para exigirle favores especiales que impliquen el uso de su naturaleza angélica mediante acciones preternaturales. Sin embargo, muchas veces no  se niega a sus hijos que le piden estas acciones, pero hay muchas ocasiones en que se complace en engañarlos y verlos sufrir por no encontrar su favor.

 

El demonio no duda en compensar y cobijar a los suyos con todo lo que quieren, que ordinariamente pertenece al mundo, o con acciones que él puede realizar, con permisión de Dios, pero que siempre se relacionan con la mayor virtud de los hijos de Dios. Las cosas que los ciudadanos del mundo quieren, regularmente son  para continuar pecando.

 

Así, por cualquiera de los modos que alguno venga a ser hijo del diablo, goza de este mundo, sus beneficios, sus placeres, sus atributos, sus satisfacciones.

 

“En el comentario a la Epístola a Los Hebreos, Santo Tomas tiene una frase terrible, a saber, que una infalibilidad segura en los éxitos puede parecer una señal de reprobación” (Charles Journet. Op. Cit. P. 112).

 

Cristo señala tales beneficios: riqueza y posesiones que los consuelan; satisfacción; risa y buena fama, ser tenidos en gran estima por los demás (Lc. 6, 24-26).

 

Todo cuanto emprenden les sale bien, porque tienen la protección diabólica de sus obras y la gloria del mundo, de su mundo (Mt. 4, 3-9) y ordinariamente estas son las compensaciones generales de los que se han entregado al demonio. Todo ello gira en torno de la satisfacción por y en del ejercicio de su pecado y de su mentira.

 

Como ya se ha asentado, el demonio establece con el pecador una relación de maestro, mentor y padre, por la cual, lo introduce en las profundidades del pecado y le enseña a gozar de las mismas. En este renglón, se especifica que el demonio establece dicha relación respecto del pecado de cada uno, el cual puede ser contra cualquiera de los diez mandamientos de la ley de Dios y puede ser cualquiera de los siete pecados capitales; mediante la obsesión, les regala satisfacción, placer y gusto magnificados, lo cual no se contrapone a su estado de posesión  diabólica.

 

Adicionalmente les proporciona la obsesión respecto de pecados en contra del amor de Dios y del prójimo.

 

Hay que aclarar que para llegar a este estado, el demonio se preocupa por tentar al sujeto desde su tierna infancia, hasta lograr su caída y obtener el estado de obsesión y de posesión, de tal manera que si la persona, a la edad de discernir entre el bien y el mal, esto es a los 7 años, no elige el bien en contra del mal –proporcionado a su edad, ya que Dios no permite que nadie sea tentado por encima de sus fuerzas—la mayor probabilidad es que el sujeto pase a formar eventualmente,  parte de las legiones de los hijos del diablo, obsesos y posesos.

 

Tal fenómeno no excluye que la persona haya sido víctima reiterada en tal o cual suceso que haya violado alguno de los mandamientos de la ley de Dios por parte de adultos y otros menores que sean  mayores para él, en su infancia. Sin embargo, si el sujeto fue víctima a una edad en la que no tenía uso de razón, moralmente no es responsable, aunque queda en estado de propensión y de daño psicológico respecto de tal pecado para el momento en que tenga el uso de razón, que es lo que precisamente busca el demonio.

 

Muchas veces los perpetradores de tal tragedia son los propios padres. Muy frecuentemente las madres se hacen cómplices de ello, en los casos de abuso sexual. Casi siempre, al paso de los años, cuando alguno es “moralistas” culpa al infante del hecho durante toda su vida. A la hora de las confrontaciones, tales progenitores suelen negar los hechos, con lo que confirman su estado de posesión pasiva y filiación diabólica, por el grado de apropiación de la mentira por conveniencia y guarda de apariencias de cristianos o de rectitud y calidad moral.

Esto ocurre también para el caso de los que han sido abusados por curas pederastas.

 

A pesar de ello, Dios no deja de brindar los auxilios necesarios a los menores, para que la lucha en contra de tal tendencia se transforme en una fuente de virtud.

 

Aquellos que, habiendo sido víctimas en su infancia a manos de otros menores o de adultos no rechazaron la tendencia que traían por tales experiencias, sino que al momento de usar de su razón, la alimentaron y la fueron acrecentando, poco a poco obtienen la custodia del demonio para continuar en tal estado y para descubrir las profundidades de satanás en tal pecado.

 

Por tal motivo es que se observa en la sociedad la ocurrencia de hechos aberrantes, asesinatos terribles, depravaciones sexuales a la orden del día, uso de anticonceptivos, sexo antes y/o fuera del matrimonio, sexo pervertido dentro del matrimonio, sodomía, masturbación, homosexualidad, violación contra niños, pederastía, necrofilia, etc, etc; mentira, falso testimonio, difamación, robo de toda clase, negocios fraudulentos, ejercicio del poder para el pecado, vida en torno de la codicia, etc.

 

Lo que ocurre es que quienes se han entregado al demonio por uno o varios de los pecados que son de su gusto, reciben del maligno el bono de la inteligencia  del diablo para cometerlos siempre, además de la vida en torno de las profundidades de tales pecados, hasta conocerlos íntimamente y vivir literalmente de estos; la vida en las profundidades de satanás.

 

Tal bono incluye para el sujeto, la excitación exacerbada de la obsesión y su satisfacción profunda, anormal, así como el ejercicio del poder en el pecado; antes, al planearlo, al realizar la acciones para su consumación, durante su consumación y después de la misma, que solamente es posible a través de la vivencia de la posesión diabólica conciente, mediante la cual el sujeto se siente lleno de fascinación, de fuerza, poder más allá de todo lo imaginable, lo cual le es transmitido por su huesped.

 

En el caso de las depravaciones sexuales, las que se cometen en contra de los niños tienen especial predilección por el demonio, por eso su ocurrencia en el mundo es alarmante.

 

En el caso de los curas pederastas, muchas veces una causa secundaria es la irresponsabilidad y negligencia de los padres de los menores. Con su silencio se hacen cómplices del ultraje al cuerpo de Cristo que ocurre en el de los niños. Muchas veces las madres son el principal venero de esta tragedia, e incluso culpan al niño del abuso que ha sufrido y esto lo hacen atormentándolo a lo largo de su niñez, haciendo de su infancia un infierno.

 

Ya en la madurez, las madres no reconocen los hechos, aduciendo la fantasía de la edad y que todo eso son inventos de los menores. Al que ha incurrido en esto –padres, hermanos, parientes, maestros, curas-- si no se arrepiente, “más le valdría que con una piedra de molino atada al cuello se le tirara al mar” (Lc. 17, 2).

 

Muchos sujetos que han vivido esta tragedia, no la superan y se convierten en victimarios, violadores de niños o en asesinos; a lo menos, en traumados histéricos, esquizo o paranoides,  frustrados que tienden a culpar a los demás de todo lo malo que les ocurra.

 

“Siempre se ha dicho que el diablo aborrece la fecundidad, porque aborrece la vida (....) Jesucristo bendijo el amor entre el hombre y la mujer, instituyó el Sacramento del Matrimonio, uno de cuyos fines es la procreación y la educación de los hijos; su fin trascendental es proporcionar a las almas de los hijos la bienaventuranza eterna, y a Dios la gloria que le es debida. Pero el diablo pretende precisamente lo contrario. Puede que no le repugne que nazcan hombres, si se han de condenar; pero la condenación de un hombre no es segura; a lo mejor bastan unos segundos para inutilizar el trabajo de muchos diablos durante muchos años; y la infecundidad parece atentar más directamente a la obra de la Creación. Opera en sentido de la muerte. Todo lo que se hace contra la fecundidad en el amor se hace en servicio, consciente o inconsciente, del diablo. Es cierto que Dios estima como más perfecta la virginidad que el matrimonio. Pero la virginidad es una renuncia, un sacrificio. El diablo pretende la esterilidad sin renuncia. Por eso pretende unirse carnalmente con hombres y mujeres para escarnecer el acto procreador y prostituirlo; se propone el ultraje al pudor, sin ninguna consecuencia...” (Vicente Risco. Op. Cit. P. 166).

 

Como ha quedado expuesto, existe un modo fácil de convertirse en hijo del diablo, y este es, el sumergirse en tal o cual pecado y hacer de este su forma de vida. Al analizar los pecados, hay unos más fáciles que otros, por su naturaleza y la tendencia de los hombres, sus temperamentos, caracteres e inclinaciones.

 

El padre B. Martín Sánchez, expone en resumen este modo sencillo por el que muchos se entregan al demonio y se hacen sus hijos; las puertas del infierno:

 

“... son todos los vicios con los que se condenan la mayor parte de los pecadores, especialmente la impureza, el odio y la injusticia. A la pregunta ¿Son muchos los que se condenan? Jesucristo contestó: “El camino de la perdición es ancho y son muchos los que van por él...”; el camino de la salvación es estrecho y son pocos los que lo siguen, y por eso debemos esforzarnos para entrar por él (Mt. 7, 13). Ancho y espacioso es ciertamente el camino del infierno, y camino ancho es la vida de los mundanos que se dejan arrastrar de sus pasiones. 1) La impureza es un gran pecado por él están  en el infierno la casi totalidad de los condenados, según la expresión de San Alfonso María de Ligorio y otros santos, y tan grande es este pecado que los Libros santos lo llaman: “cosa detestable”, “crimen abominable”, “maldad grande”... No os engañéis, dice el apóstol San Pablo, ni los fornicadores, ni los idólatras, poseerán el reino de Dios” (2 Cor. 6, 9-10), (...) 2) El odio es origen de muchos vicios y pecados. El odio es lo contrario del amor... Todas las pasiones indómitas: ira, envidia, soberbia, avaricia, etc., pueden dar ocasión al odio. Caín dejó penetrar en su corazón al odio contra su hermano Abel, y lo mató y ¡a qué exceso no se vieron  arrastrados por el odio los hermanos de José! Primero quisieron matarle, luego lo echaron en una cisterna y acabaron por venderle como esclavo, llenando así de pesares y dolor la venerable vejez de su padre, el patriarca Jacob.  El odio excita disputas, pleitos, ocasiona contiendas, efusión de sangre, e injusticias... Todo el que aborrece es homicida de su prójimo en su corazón... El ser más apartado de Dios es Satanás, y Satanás no sabe amar, sino únicamente odiar... En el infierno sólo hay odio, y si pudiera reinar el amor no sería infierno. El odio, por tanto, lleva en sí el sello de la condenación eterna. 3) La injusticia fácilmente se comete, porque el hombre movido por la pasión de enriquecerse, no escatima medios, aún los injustos, y unas veces es por el robo y la rapiña, otras por en engaño en el comercio, en los contratos, en el peso y la medida, por la adulteración de la mercancía, por hacer de falso testigo, por fallos injustos, por no pagar deudas... Y difícilmente se perdona, porque  con dificultad se quiere reconocer... y el diablo los induce a no declarar por vergüenza en confesión sus robos e injusticias. No basta detestar el pecado, hay que restituir si se puede. Como dice San Agustín: “No se perdonará el pecado, si no se restituye lo robado”. Restituye, pues, y si no puedes, al menos da parte; usa de economías, retrae algo de las comodidades, si las riquezas fueron injustamente adquiridas. “Ni los ladrones..., ni los que viven de rapiña, han de poseer el reino de Dios (1 Cor. 6, 10). La cosa clama al dueño..., clama a Dios..., clama venganza... Restituye: Antepón a sus pretextos la salvación de tu alma. Sigue el ejemplo de Zaqueo: “Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si a alguien he defraudado en algo le devuelvo el cuádruplo” (Lc. 19, 8). El camino del infierno, además de la impureza, del odio y de la injusticia, es la comunión sacrílega, la blasfemia..., el descuido de la oración...Los que caminan cargados de pecados y sin arrepentimiento, ellos mismos se arrojan al infierno... y si vais por este camino, os diré con San Juan Crisóstomo: “¡Atrás, por caridad! Escuchad lo que dice el Señor: ¿Quién de vosotros podrá habitar en un fuego devorador? ¿Quién habitará entre los ardores sempiternos?” (Is. 33, 14). Pensadlo bien y resolveos a cambiar de vida” (El Gran Viaje ¿Dónde Terminará? ¿Existe el Infierno? B. Martín Sánchez. Apostolado Mariano. Barcelona. 1983. Pp. 26-28).

 

Adicional a esto, existen otras variables de la acción del demonio en sus hijos, ya que desde el punto de vista de su participación como operarios del mundo diabólico, participan de ciertos privilegios por acción directa y externa del mismo maligno, la cual aunque no proporciona privilegio especial del demonio ante sus hijos, ni los distingue, por su fenomenología, representa un escandaloso modo de acción.

 

Nos referimos a la utilización de poderes preternaturales y sobrenaturales  del demonio mediante el maleficio y la acción directa del demonio como operario de los intereses de los hombres que se le han entregado. Se trata de los “poderes” que otorga satanás a sus hijos devotos.

 

Hasta aquí quedó establecido que el demonio participa de su inteligencia a quienes se han  hecho hijos suyos por su entrega al pecado. No es excluyente de este fenómeno la postura intelectual de negar la existencia del demonio y/o de Dios. Esta participación incluye la disposición del entrono, para que el pecador consume hasta la ignominia y lo grotesco su pecado. En tal estado los sujetos pueden ser obsesos o posesos.

 

Con toda esta acción del demonio y la relación con sus hijos, en el mundo se configura una realidad tenebrosa y aberrante, que narra el libro de la Revelación, que constituye a la bestia que surge del mar, a la que sirve el falso profeta que surge del mundo religioso, la cual es montada por un corto tiempo, por una prostituta, una falsa iglesia mundial.

XII. La complicidad...